Psicología de la crisis
Durante la pasada campaña electoral, Rodríguez Zapatero tachó de «antipatriotas» a quienes exageraban a su juicio la envergadura de la crisis económica que, por aquel entonces, era ya un presagio cierto, desencadenado por las hipotecas-basura norteamericanas y que, en España, precipitó el estallido de la burbuja inmobiliaria, tan previsible como inevitable. Aquella imputación, sin duda pintoresca, fue atribuida al propio interés electoral de Zapatero, a quien no le convenía evidentemente que cundiera en la opinión pública la alarma proveniente de unas malas expectativas económicas. Pero, vistas las cosas a posteriori, y cuando ya no existe una inminente cita en las urnas, es claro que tiene cierto sentido medir y graduar la información y la opinión en torno a las malas coyunturas porque es innegable que se producen procesos de retroalimentación entre las crisis y la forma en que la sociedades interiorizan su existencia. No está, pues, de más analizar los efectos psicológicos del pesimismo y del optimismo en la gestión de las crisis.
Actualizado: GuardarExplicaba este domingo Jordi Sevilla en los medios que «hay quien dice que la crisis económica de 1992-93 se precipitó cuando el Gobierno la hizo oficial. Mucha gente se enteró de que estábamos en crisis al oírselo decir al ministro de Economía en plena resaca de las Olimpiadas y la Expo. No es que Carlos Solchaga se inventara unos datos que venían siendo muy preocupantes desde hacía meses, sino que con su aceptación pública los situó en el frontispicio de la agenda política e informativa, influyendo así de manera negativa sobre las expectativas de los ciudadanos y el propio devenir de los acontecimientos». En efecto, una de las primeras consecuencias de la aprehensión por la opinión pública de una crisis económica es una caída de la demanda, del consumo de las familias y de la inversión en bienes de equipo. Por prudencia, los hogares dejan de gastar alegremente y el fabricante de invertir en maquinaria hasta que el horizonte se despeje y la situación remonte. En nuestro caso, la demanda ya se ha resentido en mayor medida que la propia caída del crecimiento, y es lógico pensar que no se recuperará el mercado inmobiliario hasta que los consumidores se convenzan de que los inmuebles no seguirán bajando de precio
Esta misma es la razón de que cuando el crecimiento cayó bruscamente entre el 2000 y el 2002, en situación semejante si no peor que la actual, Cristóbal Montoro estableció el precedente de negar obstinadamente que aquello fuera una crisis e introdujo el concepto de «desaceleración» que tanto ha gustado a Pedro Solbes y al propio Zapatero quien le dio el sábado una lección teórica a José Manuel Lara sobre los perniciosos efectos de sembrar la alarma en el mundo de la economía.
El domingo, en declaraciones a una cadena de radio, Zapatero buscaba, como casi siempre, el debido equilibrio sobre el particular: tan negativo resulta minusvalorar la gravedad de la situación como exagerarla. Pero nadie ha dado respuesta todavía a la cuestión de fondo: ¿qué debe hacer el Gobierno ante los malos datos actuales, que pronto se reflejarán en forma de un acuciante aumento del desempleo?
En esta ocasión, derecha e izquierda parecen decididas a intercambiar los papeles teóricos que les corresponden.