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TRIBUNA

Inflación, estanflación: error de diagnóstico o embuste

Sólo son dos las opciones posibles. Las dos alternativas se agotan en sí mismas. Sí el error es de diagnóstico, es tan abultado, tan evidente, que tendrían que irse a casa por incompetentes, lo mismo que si fue un embuste para predisponer el voto ciudadano y ganar las elecciones.

FERNANDO SICRE GILABERT
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El Gobierno se aferra al término «desaceleración», pero en realidad es el de «ralentiflación», término acuñado el pasado año en EE.UU como «slowflaction» que significa la doble condición de desaceleración económica y alta tasa de inflación. Una situación complicada donde las haya, cuyos efectos inmediatos suponen la combinación de desempleo por la caída de la actividad económica y el incremento de los precios. De esa forma justifica el Gobierno no encontrarse en el peor de los escenarios posibles de «estanflación», término acuñado en Gran Bretaña en 1965 para definir lo que se llamó «el peor de los mundos» y que supone la letal combinación de estancamiento económico y alta tasa de inflación.

Efectivamente no nos encontramos formalmente en situación de «estanflación». La tasa de crecimiento del PIB es positiva y ello hace que la situación formal no sea de «estanflación», pero la caída en el crecimiento es importante y en una economía con graves desequilibrios como es la española esto tiene un efecto parecido a la «estanflación» real, que supone básicamente un importante crecimiento del desempleo por caída de la actividad económica y una alta tasa de inflación. Por eso se acuñó el término «slowflaction», para definir una situación que puede ser generalizada y que excede de los límites conceptuales de otras que efectivamente contempla otro supuesto de hecho, pero insisto, el caso español y sus desequilibrios estructurales asimilan los efectos que acompañan ambos términos. Teniendo en cuenta que el crecimiento estimado a final de año se va a situar en el 1,5% aproximadamente. La bajada a esos niveles representa en el caso español una situación real de estancamiento económico, que si es acompañada en el tiempo con la alta tasa de precios, es posible que pasemos de la situación de «slowflaction» a la temida «estanflación». Y entonces el problema se agravaría, porque la forma de estimular la economía en esa dramática situación sería básicamente bajar los tipos de interés, lo que excede de la soberanía española por haberla asumido el Banco Central Europeo en virtud de lo dispuesto en el artículo 105 del Tratado de la Unión Europea. Pero es más, el contenido del referido precepto contraviene en la situación descrita una eventual bajada, ya que establece que «el principal objetivo es mantener la estabilidad de precios...»

Ante esta situación, al Gobierno hay que exigirle una actuación rápida y decisiva en el corto plazo, que minore los perniciosos efectos que la «slowflaction» ya genera en la economía española. Hay que estimular el consumo interno y las exportaciones, sin que ambas medidas tiren al alza la tasa de inflación, lo que exigirá moderación salarial inexorablemente.

Nuestro Gobierno ha hecho una mera propuesta de aplicación de políticas keynesianas como antídotos contra la crisis. En concreto, una política fiscal expansiva, mediante un incremento del gasto para impulsar la demanda, de forma que se contrarrestaría el incesante incremento del desempleo que ya padecemos, pero a costa de la inflación. Es decir, para nada se incide en reformas estructurales de la economía española. Se opta por la solución más populista, con algún efecto positivo a muy corto plazo, pero de consecuencias negativas en el medio y largo plazo. No pretender controlar la espiral de inflación con los medios disponibles de carácter interno, ya que en su dimensión monetaria sólo es controlable desde la instancia Europea, es avivar las tensiones inflacionistas porque con buena lógica, los trabajadores ejercerán presiones al alza sobre los salarios, lo que es legítimo por su parte. Esa política fiscal expansiva de persistir en el tiempo acarreará un grave deterioro de las Finanzas del Estado, que únicamente podrá ser corregida incrementando la carga impositiva, lo que tendrá como consecuencia directa le retracción de la inversión.

En resumen, basar toda la estrategia para sortear la crisis instalada en la economía española y de la que el gobierno quiere hacer caso omiso, con políticas expansivas de demanda únicamente traerán mayores desequilibrios difíciles de resolver posteriormente. Sí tenemos en cuenta que el Estado no dispone de posibilidades de incidir en la política monetaria, ni en la de los tipos de cambio, la solución pasa y esto sí que depende del Gobierno, por el equilibrio de la balanza por cuenta corriente, la creación de empleo y la estabilidad de los precios, siendo ello posible únicamente a través de la mejora de la productividad.

El bajo nivel de la productividad española es el principal problema de nuestra economía, que unido a la apremiante necesidad de modificar el patrón de crecimiento basado en la construcción cuyo peso y dependencia se han hecho insostenibles, hacen realmente apremiante la necesidad de una vuelta de timón hacia sectores basados en el conocimiento cuyo valor añadido es muy superior al del ladrillo. No hay que confundir productividad con competitividad, de tal forma que un país productivo con altas tasas de salarios puede ser competitivo en el exterior, ya que su mayor productividad hace que el coste salarial por unidad de producto sea más reducido. Por lo tanto, no es un problema apriorístico de altos salarios, si no que esos salarios remuneren el factor humano de producción más productivo, de tal forma que las economías más productivas son las que tienen una mayor propensión a los salarios más altos. Por ello urge modificar el espíritu de la negociación colectiva tal como está implantada en España, que fijan las tablas salariales como sí del techo salarial en el sector se tratara, homogeneizándolo, en lugar de determinar un nivel salarial, a partir del cual el salario individual se determine por parámetros de productividad, construyendo de ésta forma un país realmente competitivo, es decir dotado de capacidad para que los bienes y servicios españoles compitan en los mercados internacionales, lo que exige una minoración del diferencial de inflación y de los costes unitarios de producción.

Sí el Gobierno sigue mirando las estrellas al atardecer y no haces sus deberes, le pasará como le pasó a Pinocho cuando se enteró que era de madera...se enteró cuando ya estaba ardiendo. ¿Que hizo Pinocho para enterarse?, lo dejo a la imaginación de cada uno, sólo espero que no terminemos todos chamuscados por la impericia del ejecutivo o sus medias verdades para justificarse.