Morir negando
El presidente del Gobierno, cada vez más protegido por sus rivales políticos, niega que estemos en crisis y, a la vez, anuncia medidas urgentes para combatirla. Su actitud recuerda a la de aquel caballero que asesinó a su señora y declaró ante el juez: «Primero, que no la maté y, después, que no fue con un cuchillo». No resulta coherente negar que existan dificultades y al mismo tiempo elaborar soluciones que ayuden a soportarla.
Actualizado:La primera de estas medidas va a ser la reducción del 30 por ciento de las cargas administrativas que soportan las empresas, con lo que se espera que el Producto Interior Bruto, que no es ese señor en el que usted está pensando, aumente en un 2 por ciento.
Tenemos tantas normas vigentes que todo iría mejor eliminando la mitad de ellas y además nadie las echaría de menos. Suprimiendo trabas sí que haría que a la madre patria no la conociera ni la madre que la parió, ya que el enredo burocrático nos ha venido caracterizando desde que Larra hizo la primera comunión. En cualquier caso es reconfortante que el Gobierno tenga proyectos.
Ojalá estuviera en la misma tesitura la leal oposición, que a veinte días del congreso, sin Esperanza Aguirre y sin María San Gil, cierra las filas restantes en torno a Rajoy. ¿Qué disgustos le están dando a este hombre los suyos! No se sabe cómo aguanta a sus correligionarios, pero sigue firmemente asentado sobre su tambaleante liderazgo.
Nadie puede dudar de su buena fe, pero menos de su buena esperanza. En su discurso de Valladolid criticó, con la mesura que le caracteriza, a sus condicionales amigos. Ojalá los delanteros de la pusilánime selección española de fútbol supieran desmarcarse con semejante habilidad. Quizá fuera bueno que don Mariano Rajoy y don Luis Aragonés quedaran un día para tomarse una copa juntos y hablar de sus cosas.