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La 'era Uribe' resquebraja a las FARC

La política de mano dura del presidente colombiano ha debilitado a la guerrilla, que sin la mayoría de sus históricos líderes se bate en retirada

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«El final de las FARC está a la vista». Así de concluyente se mostró el ministro de Defensa de Colombia, Juan Manuel Santos, después de la muerte de Pedro Antonio Marín, más conocido como 'Manuel Marulanda' y 'Tirofijo'. Resulta indudable el acorralamiento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, pero no todos los expertos y analistas son tan optimistas sobre el fin del conflicto.

Pero la esperanza ha brotado de nuevo gracias al mensaje del ministro al prometer que el Gobierno arreciaría la ofensiva militar y que «los bombardeos iban a continuar». Exultante sostuvo: «¿Estamos ganando!». No se puede negar que el despliegue de la fuerzas públicas ha tenido un efecto contundente en el progresivo debilitamiento de la guerrilla, que en 2000 exhibía su poderío. Unos 17.000 miembros andaban a sus anchas por los 42.000 kilómetros cuadrados de territorio colombiano desmilitarizado, ofrecidos por el ex presidente Andrés Pastrana (1998-2002) para su fallido proceso de paz. Ahora apenas llegan a 8.000.

La decisión política del presidente, Álvaro Uribe, de acabar, mediante «mano dura», con la violencia de todo tipo tiene mucho que ver con los nuevos derroteros. Pero no hay que perder de vista que sin la ayuda millonaria y de recursos humanos -cerca de 1.000 soldados- de Estados Unidos otro gallo hubiera cantado. En busca de poner fin a la agresiones que sufre la sociedad se lanzó en 2000 el 'Plan Colombia', dividido en varias fases, para luchar contra el narcotráfico apoyando el desarrollo económico y social de los pobladores de zonas de conflicto, pero, de paso, se atacó a las guerrillas argumentando su dedicación a ese negocio.

Este proyecto se complementó con el llamado 'Plan Patriota' para «llevar a los rincones más inhóspitos de nuestro territorio la presencia del Estado», con una inversión anual de unos 193 millones de euros, de los que la Casa Blanca aporta unos 64.

La implicación estadounidense llegó al extremo de enviar en 2005 a soldados, especialistas, armas y equipos de tecnología de última generación a luchar codo con codo con las tropas colombianas contra las FARC. Esa decisión fue denunciada por la oposición y grupos de izquierda como reflejo de las ansias intervencionistas de Washington.

Guerra al terrorismo

Como respuesta, la guerrilla aplicó el 'Plan Resistencia', con un coste -según su página de Internet- de 4,1 millones de euros, pero el tiempo está dando la razón a Uribe, cuya estrategia ha dado frutos. Cuando llegó al poder en 2002 inició el despliegue militar de unos 17.000 soldados, cada vez mejor pertrechados. Y hace dos años, el ministro de Defensa anunció el reemplazo del 'Plan Patriota' por el 'Plan de guerra contra el terrorismo'. Entonces, se reubicaron unos 73.000 militares profesionales de forma que hubiera «mayor presencia» donde mayor fuera la amenaza y «las Fuerzas Militares se involucrarán más directamente en la lucha contra el narcotráfico».

A partir de entonces comenzó una carrera contrarreloj que, por ahora, parecen perder las FARC. El Gobierno apoya a las tropas desde el aire con helicópteros estadounidenses Black-Hawk y aviones brasileños Súper Tucanos, sin apenas margen de error en los bombardeos. La metodología es la misma que cuando atacaron el campamento de 'Raúl Reyes' en Ecuador: localizar, bombardear y, sin dar tiempo a reaccionar, atacar desde tierra con tropas especiales.

Además, según los servicios de inteligencia colombianos, han conseguido infiltrarse en las FARC y manejan muy buena información que le permite seguir de cerca a los jefes. A eso se añade que las recompensas millonarias incitan a las traiciones internas, como en el asesinato de 'Iván Ríos' a manos de su lugarteniente, de alias 'Rojas'.

El cerco es tan estrecho que en uno de los mensajes encontrados en el ordenador de 'Reyes', Marulanda le decía a finales del año pasado a 'Alfonso Cano' -nombrado su sucesor al frente de la guerrilla- que «estaba viendo al diablo sin cachos y sin cola». En una conversación interceptada hablaban de «evitar el trueno (los aviones)».

En otro correo, 'Cano' comunicaba al 'Mono Jojoy', considerado el jefe militar de las FARC y partidario de conseguir el poder por las armas: «Me voy a hacer a un ladito de mi casa porque estoy sintiendo a la gente muy encima ». La respuesta de 'Jojoy' fue parecida: «Durante unos días me voy a estar muy callado ». Esos intercambios de mensajes ratifican que el Ejército sigue ganando terreno gracias a la estructura y persistencia impulsada por la tesis presidencial de «ir a las selvas a espiarles las madrigueras».

El uribismo despejó las carreteras con el control de los masivos 'secuestros al paso', conocidos también como 'pesca milagrosa'. Después, se produjeron tímidas desmovilizaciones. Y cayeron o se entregaron mandos medios que proporcionaron informaciones muy valiosas sobre sus jefes.

Efecto dominó

Pero la gran remontada comenzó hace un año. Tras las huidas de dos de los casi cincuenta secuestrados -el actual canciller Fernando Araujo y el policía Jon Pinchao- se produjo una especie de efecto dominó que provocó batacazos cada vez mayores. El Ejército mató a jefes destacados como el 'Negro Acadio', 'Martín Caballero' y 'Raúl Reyes'. Además capturó a 'Martín Sombra' y se entregó la sanguinaria 'Karina'. Por si fuera poco, asesinaron a 'Iván Ríos' y en marzo de este año falleció de un infarto 'Marulanda', aunque se duda de que pudo morir a consecuencia de un bombardeo.

Ante este panorama, las FARC puede haber comprendido de que no podrá derrotar al Gobierno por «la vía militar sino por la política». El analista Rafael Guarin, cree que buscan que la sociedad entienda que la solución pasa por la salida negociada, pero imponiendo ellos sus propios términos: el regreso del Ejercito a los cuarteles, el despeje de territorios y alimentar la división nacional. A su juicio, pese al nombramiento de 'Cano', ideólogo supuestamente moderado y partidario de la negociación, a las FARC les conviene «ir demostrando para 2010 (próximas elecciones generales) que la política de seguridad democrática no permite el acuerdo humanitario».