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CONTROL. La policía sudafricana vigila a un grupo de extranjeros en una iglesia metodista.
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La ciudad de las colinas de oro

Johannesburgo ejemplifica la inquietante evolución del país tras la implantación de la democracia y el final de años de 'apartheid'

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ES Jo'burg, o Jozi, incluso JHB o Igoli en lengua zulú, pero sólo Eddy Grant la feminiza y llama Jo'anna a Johannesburgo, la metrópoli más importante de África, su corazón económico, una ciudad levantada en torno a colinas de oro. No es la capital de Sudáfrica, condición que detenta Pretoria, pero ninguna otra urbe representa mejor su historia más reciente. En su amplia área metropolitana se encuentra el South Western Township, sí, Soweto, allí donde en 1976 los estudiantes negros salieron a la calle para protestar contra la enseñanza en 'afrikaans', la lengua criolla de origen germánico, y los policías respondieron disparando balas reales contra la multitud de adolescentes con uniforme escolar.

La democracia rompió las barreras de una ciudad físicamente dividida en áreas residenciales para los diversos colectivos étnicos. Pero la apariencia multirracial es un espejismo políticamente correcto. La realidad es que, como ocurre en las grandes poblaciones americanas, la elevada criminalidad ha degradado el centro de negocios. Anteriores barrios exclusivos como Hillbrow y el Central Business District (CBD) son actualmente áreas muy conflictivas.

Alrededor de su apretado 'skyline' se escenifican las tasas más altas de homicidios y atracos del continente y sus calles, frecuentadas por 'homeless' de todos los orígenes, se encuentran sometidas a la ley de las 'coulored street band', bandas callejeras generalmente formadas por individuos mestizos que controlan todo tipo de tráficos ilegales. Hoy, los blancos y las nuevas élites negras lo llaman Johannesburgo, pero quieren decir Sandton.

Hoteles de 5 estrellas

En pocos años, la burguesía y las grandes empresas ansiosas se han trasladado al norte, al suburbio de tal nombre, un enclave rural antiguamente salpicado de villas y jardines impolutos, y ahora repleto de bancos, hoteles de cinco estrellas y lujosos edificios de apartamentos como las Michelangelo Towers, protegidos por compañías privadas de seguridad dotadas del utillaje más sofisticado. No en vano se la conoce como 'la milla de oro de África'.

Hace cuatro años, la plaza central fue dedicada a Nelson Mandela porque el líder 'antiapartheid' fue detenido en una granja cercana y sometido a un proceso que le llevó a prisión durante veintisiete años. La estatua, de seis metros de altura, no queda lejos de Alexandra, enclave cercano en el que hace una semana, una muchedumbre pobre y airada decidió que ya no había lugar para los extranjeros, aunque fueran tan miserables como ellos.