Talavante cumple y pincha

La idea de apuntarse Alejandro Talavante a la corrida de Adolfo Martín era en teoría el gesto de la feria. El gesto por antonomasia. A la hora de verse y cumplirse, estaba desinflada la idea. Por haberse calentado y publicitado más de la cuenta y antes de tiempo. Porque Talavante empezó curso con pie y paso cambiados, y así llevaba casi toda la primavera. Como a tumbos. Luego, porque la onda expansiva de la atómica corrida de Palha lidiada justo en vísperas se dejaba todavía sentir. Tan en serio que, lógica irreversible, por gesto de feria se habría tenido matar la corrida de Palha y no la de Adolfo. Y, en fin, porque ninguno de los cuatro y hasta cinco toros buenos de la corrida de Adolfo sacó ni la correa ni la agresividad ni el temperamento que eran y ya no parecen ser seña de la ganadería. Esas tres cosas daban sentido al gesto y lo encarecían.

Dos de los toros buenos entraron en el lote de Talavante. Para compensar la osadía, que iba cargada de segundas intenciones. La más infausta tarde de José Tomás en Madrid fue, el año 2000, un pretendido gesto que salió como tiro por la culata: apuntarse a la corrida de Adolfo, pero para atragantarse como nunca. Un toro al corral. José Tomás es el espejo o el modelo y referencia de Talavante. Todavía. Y se nota. De manera que el gesto no dejaba de tener su intriga.

De esos dos toros , el sexto fue además el mejor de la corrida y uno de los de más estilo y personalidad de toda la feria. La onda o la sombra de Palha estuvo como sofocando a cada uno de los toros que iban a saliendo. En la segunda mitad de corrida cambió el signo. El Fundi estuvo muy paciente, incluso en exceso, con un serio cuarto que, dócil, no llegó a entregarse pero tampoco a defenderse, y toro que, jugado en los medios, puso nervioso a más de uno. Con la espada El Fundi se jugó la piel. Como si quisiera cobrar un año más la estocada de la feria. Entera la espada por el hoyo de las agujas, pero El Fundi salió prendido por la taleguilla a la altura de la ingle y colgado de un afilado pitón que sólo por milagro resbalaría en las costuras del bordado. El toro rodó sin puntilla y a pies de El Fundi. Ese fue, sin contarse con él de antemano, el gran gesto de la corrida. El que volcó el rumbo.

Encogido pero noble

Justo de celo, distraído a veces, serio el fondo de bravo, el quinto, de bello remate, fue toro encogido pero noble. Diego Urdiales, compuesto siempre, no se avino con él. Todavía más noble salió el sexto. El toro del gesto. Porque hubo gesto. Y relevante.

A Talavante, como a cualquiera, le había gustado lo mucho y bueno que hizo desde la salida: su pronto son, su manera de humillar, su fondo encastado, su nobleza. El brindis fue al público; el desafió, en los medios; los tres primeros embroques, de tanteo, a dos manos y casi en cuclillas pero descaradamente; a la hora de estirarse, tocar y templar apareció por fin el Talavante que se estaba esperando. Cuatro muletazos con la zurda y por abajo de bello compás. En el quinto, el toro se encontró a Talavante al hilo y no tuvo más remedio que cogerlo, levantarle los pies y pegarle una paliza. Hábil, Talavante se asió a la pala del cuerno como a un salvavidas.

Cuando quitaron el toro, Talavante, algo grogui, se sacudió del todo, se dejó ir y se puso como a flotar. Una limpia tanda ligada con la izquierda, de tres y el de pecho; otra con la derecha, más abundante y de menor ligazón; fastuosos paseos de salida que llenaron pasarela y escena. Lo mejor estaba por venir: Talavante le aguantó al toro hasta tres miradas en boca de embroque en terceros muletazos de otras tantas tandas al natural. No miradas de las llamadas asesinas, porque el toro respiraba aire casi franciscano y, dócil, obedeció a los toques. Pero hubo que aguantarlas con mayúscula impavidez, sonreír cuando estaba apuntado a bocajarro y ahí y entonces firmó por tres veces su gesto Talavante, que remató por trincheras, cuadró al toro sin saber ni dónde y la pifió con la espada. Un pinchazo bajo, un aviso, una estocada trasera.

La corrida se lidió con clima de reproche, que iba por el ganadero. El primero de corrida, que gateó, gazapeó y se vino al paso antes de frenarse, fue incierto. El de peor nota de los seis. Pese a su bonita manera de igualarse y encampanarse. Casi intratable por la mano izquierda.

Resolvió El Fundi. Con el segundo, un Repollito de reata segura que tuvo mucha bondad pero justito el motor y fue, encima, algo mirón, Diego Urdiales, que repetía sustitución en la feria con ambiente muy propicio, anduvo calmado pero sin acertar con la fórmula. Lo vio mucho el toro, lo desarmó. El temple de cuatro verónicas de recibo fue un anuncio en falso.

El tercero, muy descarado, casi paso de pitones, escarbador, entró en el cupo de nobleza sin motor. Y con ese vicio tan común a la corrida de mirar más de lo normal. Por flojo, se quedó a mitad de embroque dos o tres veces. En los medios, donde estuvo ya entonces Talavante, destemplado y encajado, las dos cosas. El gesto no era un farol. Ya se vio.



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