Una de hospitales
Cada vez que veo Hospital central, me sorprende su contradictoria atmósfera: por una parte, todo el relato está preñado de un intenso discurso ideológico-moralizante que nos previene contra tales o cuales desastres de la vida moderna, a la vez que la serie abandera -una detrás de otra, y sin faltar ninguna- todas las causas políticamente correctas que le salen al paso; pero, por otro lado, los personajes de la serie clínica de Telecinco se tratan con auténtica saña, siembran ente sí odios propiamente cartagineses y convierten la vida profesional en una especie de jungla donde siempre gana el más malo. Hospital central tiene la rara virtud de dejarme en un estado de desasosiego, con unas enormes ganas de abandonarlo todo, salir pitando y retirarme al campo (a cultivar hortensias, por ejemplo) y, desde luego, no aparecer por un hospital jamás en la vida, aunque las extremidades se me estuvieran cayendo a trozos.
Actualizado:Es muy verosímil que todos esos caracteres recojan la personalidad de la gente de verdad, tal y como se manifiesta en la oficina, en el tajo o en el salón doméstico; pero si todo el mundo fuera así, este planeta sería inhabitable. Advierto de una cosa: yo no soy fan de Hospital central. Seguí la serie al principio con cierto interés, pero me bajé entre la tercera y la cuarta temporada. Desde entonces veo este producto con ojos exclusivamente de crítico, es decir, por obligación y de manera discontinua. Es posible que eso altere un poco mi perspectiva, y que el espectador habitual vea las cosas de distinta forma. Si usted ve Hospital central' sin duda lo hará porque le gusta siendo así, lo más probable es que usted no comparta mi crítica o, en todo caso, considere que los defectos que yo subrayo no son tan graves. «¿A qué viene toda esta cataplasma de paños calientes?», se preguntará usted. Viene a que, hace pocos días, un lector disconforme con cierta crítica mía me fustigaba como si el criticado hubiera sido él, y no el programa de sus amores. Lo que me resultó enojoso en el lance no fue la catarata de insultos -uno se hace a todo-, sino el comprobar cómo un ciudadano llegaba a identificarse con un programa de tal modo que su fidelidad le nublaba el juicio.