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Debate sobre el centro

Tras el canto del cisne de las grandes ideologías que constituyó el mayo del 68 y el hundimiento físico e intelectual del socialismo real, las grandes opciones políticas occidentales se han vuelto pragmáticas: no hay más horizontes utópicos a los que aspirar y las organizaciones partidarias son conscientes de que han representar a conglomerados heterogéneos y complejos, de forma que sólo se diferencian entre sí en tendencias y en sensibilidades, no en cuestiones de verdadero fondo. No hemos llegado, evidentemente, al fin de la historia como quería Fukuyama, pero sí hemos alcanzado una ortodoxia neoliberal que ha dejado, para bien o para mal, de estar en discusión. El pragmatismo ha sustituido a la ideología.

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Así las cosas, y como denunciaba ayer con ingenio Fernando Savater en un artículo, las derrotas electorales ponen de manifiesto, además de una crisis de liderazgo, una notoria debilidad ideológica. «Cuando un partido sin ideología sustancial, meramente pragmático, pierde unos comicios -escribía Savater- inmediatamente entra en crisis. Sólo el poder puede remediar el vacío de un auténtico proyecto ideológico, pero no se puede estar sin lo uno ni lo otro. De modo que se asume sin más que donde bajan los votos habrá que revisar las ideas porque la idea principal es ganar votos y sólo esa...».

El diagnóstico es certero, y de hecho las dos almas del Partido Popular se proponen, en su enconada disputa, «revisar las ideas», aunque de forma opuesta. Rajoy, convencido de que después de ser derrotado con más de diez millones de votos ha de ampliar a doce o trece su base social, no ve otro camino que la apertura hacia el centro, que pasa evidentemente por la moderación del partido, por el intento de llevar a cabo una aproximación al nacionalismo moderado, por la adquisición de unas formas más sobrias y menos radicales, por la negociación de consensos con el partido del gobierno, por la aceptación sincera del Estado de las Autonomías y consiguientemente por una visión realista de la España plural.

Frente a Rajoy, sus principales críticos se encastillan en el radicalismo extremo. En sus enmiendas a la ponencia política, Vidal-Quadras, con Nasarre y otros, quieren una reforma constitucional que elimine incluso el concepto de «nacionalidades» y regrese a viejos modelos unitaristas. Álvarez-Cascos se niega a aceptar que en los órganos internos del PP exista una instancia de representación territorial que hurtaría funciones al comité ejecutivo nacional. Esperanza Aguirre insiste en que hay que suprimir el término 'centrista' e insistir en la definición 'liberal' del partido, sin mover un punto las referencias doctrinales...

En definitiva es evidente que ambas partes disputan no tanto por defender una posición ideológica en la que creen sino una estrategia de victoria, que es lo importante. Y todo indica que esta controversia, que da bien poco de sí, no es más que el eufemismo bajo el que se esconde el verdadero debate, que algunos no quieren abordar por pudor descarnadamente, el de la idoneidad o no de Rajoy para llevar al PP a la victoria en 2012, el de la conveniencia o no de aceptar que Rajoy pilote el partido al menos hasta el próximo congreso, y decidir entonces el cartel electoral.

En este supuesto, es patente que si en 2011 el PP optase por otro candidato, éste tendría muy poco tiempo para preparar las elecciones, un inconveniente quizá insuperable.