Pan y Circo | Indignación

Hemos de reconocer que la mezcla de impotencia, de tristeza y de indignación que experimenta la afición cadista en estos momentos es una reacción fácil de prever a lo largo de la nefasta temporada que estamos a punto de concluir. Sin ser pájaros de mal agüero, no era demasiado arriesgado imaginarse este desenlace. Fijar una meta ambiciosa sin poner los medios adecuados para alcanzarla constituye una apuesta al seguro fracaso. Lo peor, a mi juicio, ha sido la manera en que todos -animados con la mejor intención- hemos alimentado la convicción de que, con esta plantilla, era impensable que el equipo amarillo se viera en peligro de descenso. A pesar de que, jornada tras jornada, todos advertíamos el mal juego del equipo y la escasa ambición de los jugadores, en los comentarios previos a cada partido, sólo contemplábamos la única posibilidad del triunfo y algunos, incluso, y hacían los números pensando que los demás equipos perderían. ¿Cuántas veces hemos dicho o escuchado que el próximo encuentro vamos a ganarlo «sí o sí»? Y, convencidos de que ya habíamos sumado los tres puntos, hacíamos los cálculos de los puestos que el equipo escalaría. Sin querer darnos cuenta de que el equipo se despeñaba, muchos hemos seguido jaleándolo y riéndole las gracias hasta que, finalmente, hemos adquirido conciencia de que apenas tiene pulso. Este es el momento para que, dominando la rabia y serenando los nervios, retengamos el aliento para evitar que los resoplidos asusten y empeoren aún más al paciente. Confiemos en la experiencia de Julián Rubio, pero, después y con independencia del puesto que ocupe el equipo, todos deberíamos hacer una rigurosa crítica y una valiente autocrítica, y reconocer que, aunque en diferente proporción, todos hemos sido causantes de este clamoroso fracaso. Mucho me temo que, con lo olvidadizos que somos, no seamos capaces de extraer las pertinentes lecciones.

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