OPINIÓN

PP: ideología y estrategia

No era difícil de prever que los problemas claramente estratégicos que tiene abiertos el PP terminarían derivando en más o menos inanes debates ideológicos, que, lejos de aportar soluciones, dificultan la normalización de una fuerza política que ha quedado exhausta tras dos descalabros electorales consecutivos. La gran duda que muchos experimentan en el PP es la idoneidad de Mariano Rajoy para ponerse al frente de un proyecto exitoso. Por dos veces ha fracasado en el empeño y es legítimo que sus conmilitones se planteen la posibilidad de cambiar de jinete para esta carrera. Pero ni Rajoy está dispuesto a renunciar ni las estructuras del PP están diseñadas para escenificar una reñida competencia entre candidatos: el hecho mismo de que los estatutos dispongan que los aspirantes hayan de contar en los congresos con el aval del 20% de los compromisarios es una invitación a las mayorías por aclamación del candidato único. Tampoco en el PSOE existía sin embargo tal tradición, y sí fue posible con buena voluntad organizar el espectáculo democrático del 2000 que entronizó a Rodríguez Zapatero, cargado además de grandes caudales de legitimidad de origen.

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Así las cosas, en el PP se intuye con amargura que, por la propia naturaleza del partido en los últimos años, será muy difícil encontrar un candidato alternativo que tenga alguna posibilidad de ganar a Rajoy o que esté dispuesto a quemarse en el empeño. Y al mismo tiempo se tiene la convicción de que la victoria de Rajoy en el congreso de Valencia no resolverá el general escepticismo que genera su persona ni disipará la sensación de que su continuidad es simplemente una inútil prolongación de la agonía política de un personaje amortizado. En estas circunstancias, y cuando Rajoy acaba de anunciar un moderado viraje hacia el centro para intentar con toda lógica ampliar su clientela por babor (por estribor sólo habita el vacío), sus críticos están recurriendo a la controversia ideológica para desplazarlo. En las enmiendas a la ponencia política, Álvarez-Cascos exige que se elimine la definición del PP como «de centro» y que desaparezca de los estatutos el comité autonómico; Vidal-Quadras ha propuesto una utópica reforma constitucional contra la «deriva confederal» que incluiría la práctica reversión del Estado autonómico e incluso la desaparición del concepto de «nacionalidades» de la Carta Magna... Este debate es absurdo porque el problema de los grandes partidos que representan a todo un hemisferio no es la definición ideológica, sino la inclusión y compatibilización de sectores diversos en el mismo proyecto. Y ello obliga a mantener una relativa ambigüedad terminológica, a mantener algún sofisma intelectual y a procurar que convivan sensibilidades muy distintas. A menos, claro está, que se quiera correr el riesgo de una fractura.

En definitiva, el problema no es el partido, sino el líder. Y ésta es la cuestión porque la otra, la de la ubicación ideológica, quedará supeditada al objetivo principal de cualquier formación política: ganar las elecciones y gobernar, para lo cual habrá de seducir a una clientela muy plural, y a lanzar por tanto mensajes muy abiertos, poco dogmáticos. En esta coyuntura, Rajoy tiene escaso margen de maniobra: dado lo improbable de que pueda afianzarse y llegar indemne hasta el 2012 si gana este Congreso, debería ser el primer interesado en competir con otros candidatos. Tendría que estimular la concurrencia. De otra forma, la verdadera crisis llegará después del congreso de junio.