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Birmania prorroga el confinamiento político de Suu Kyi, premio Nobel de la Paz

Siguen en sus trece. Ni las duras críticas de la comunidad internacional, ni la visita del secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, ni el ejemplo de transparencia que China, su aliado, ha dado durante la crisis del terremoto de Sichuán, parecen ablandar la mano de hierro con la que el generalísimo Than Shwe y sus acólitos gobiernan Myanmar.

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Ayer, una vez más, mientras se congratulaban por la aplastante victoria de su referéndum constitucional, en cuya legalidad ni resultado nadie cree, y por la obtención durante la última conferencia de donantes de más de cien millones de euros de ayuda para los afectados del ciclón 'Nargis', que muchos consideran que no llegará a sus destinatarios, decidieron extender por un año más el arresto domiciliario de Aung San Suu Kyi, premio Nobel de la Paz en 1991 y líder de la oposición, que ha permanecido confinada en su casa durante doce de los últimos dieciocho años, desde 2003 de forma continuada.

Prioridad

La decisión no ha supuesto sorpresa alguna, pero ha enfurecido a grupos de derechos humanos como Human Rights Watch, que se pregunta por qué Ban no presionó a la junta militar birmana para que acabara con la detención de Suu Kyi, a lo que el mandatario de la ONU respondió en una conferencia de prensa que «ahora la prioridad es la vida de los afectados por el ciclón y no la política».

Mientras tanto, días después de que los militares birmanos anunciaran la apertura del país a los cientos de cooperantes que esperan en Tailandia el permiso para poder entrar en Myanmar, la ayuda sigue llegando con cuentagotas y en algunos casos termina a la venta en mercados. El número de muertos y desaparecidos continúa su ascenso, hasta los 134.000.