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¿Qué harán las FARC?

La muerte de Manuel Marulanda, no del todo inesperada, pues se aludía a su poca salud para explicar en parte su completa ausencia en público ni siquiera en días clave para las FARC, ha abierto una cierta expectación sobre qué hará la organización guerrillera colombiana, visiblemente debilitada militar y socialmente. El sucesor designado, Guillermo León Sáenz (Alfonso Cano) es descrito como más político que militar, lo que conviene bastante a su condición de ex-teórico estudiantil en el seno del viejo Partido Comunista de Colombia, tan frustrado allí como en otras latitudes pero mucho más cruelmente perseguido que en esas mismas latitudes.

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Se sugiere que las FARC podrían hacer un gran gesto de relaciones públicas, tal vez la liberación de rehenes como la franco-colombiana Ingrid Betancour, que Marulanda rehusó. Eso serviría a corto plazo para mantener la atención sobre el grupo y reforzaría al presidente venezolano, Hugo Chávez, quien corre un serio riesgo político con su acción sobre el particular, respaldada por Francia. Pero los medios competentes no van más allá y no creen que haya casi de repente un consenso interno en los diferentes frentes como para dar el gran paso de abandonar la violencia en el contexto pacificador promovido por el gobierno Uribe, ahora seguro de su victoria militar a medio plazo.

Alfonso Cano, además, pertenece a la generación de guerrilleros escaldada por el desenlace de precedentes ensayos de normalización a través de amnistías e incorporación de los insurgentes a la vida política institucional. Es indispensable tener presente la carnicería ejecutada entre la izquierda insurreccional cuando se convirtió en la legal «Unión Patriótica» al final de la presidencia moderada de Belisario Betancur, en 1985. Paramilitares, narcotraficantes y «escuadrones de la muerte» policiales mataron casi siempre impunemente a unos tres mil colombianos de izquierda, incluidos candidatos presidenciales, alcaldes, concejales y legisladores, como el prestigioso senador Cepeda Vargas. Las FARC son indefendibles, pero sus enemigos contraterroristas, también. El gobierno Uribe podría hacer mucho más en este orden para ganar su completa legitimación como fuerza reconciliadora.