Fermín Bohórquez.
Toros

Bohórquez, Montes y Ventura: una oreja cada uno para cerrar la Feria de Sanlúcar

La falta de casta, de movilidad y de fuerza de los toros de Ramón Sánchez deslucieron la corrida del arte del rejoneo

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Como epílogo de la feria taurina de la Manzanilla, que tantos momentos felices e inolvidables ha deparado, se jugó ayer una desrazada corrida de Ramón Sánchez para tres figuras del rejoneo actual. De grandioso pasado re-ciente, esta ganadería, que tan demandada ha sido por la torería de a pie, dejó patente en Sanlúcar el pésimo momento en que ahorase encuentra. Los seis toros derrocharon la más pura antítesis de lo que es la casta brava y carecieron de todo atisbo de la emoción que una res de lidia debe transmitir.

Bajo estas premisas, la labor de la terna actuante hubo de limitarse a una pugna constante por sacar a los astados de su querencia y a demostrar mediante alardes, arrimones y carreras los enormes deseos de triunfar que atesoraban. Lidias cansinas y parecidas entre ellas, que se sucedían muy breves en el primer tercio y muy dilatadas y profusas en el segundo. Tercios de banderillas en los que afanosos jinetes se prodigaban con todas las suertes posibles que la inmovilidad y el escaso celo de sus oponentes les permitían. Rehileteros tercios que eran sistemáticamente amenizados por el atronador estruendo de los continuos pasodobles que, en principio interpretaba y, al final por su insistencia y contumacia,casi perpretaba, la afinada banda Acordes de Jerez.

El recio toreo a caballo de Fermín Bohórquez no pudo brillar a la altura acostumbrada dada las negativas condiciones de sus oponentes. El primero perdió muy pronto su fogoso brío inicial y se paró en los medios donde acometía a los caballos con embestidas cortas y sin entrega. Destacó, no obstante, el jerezano al clavar dos banderillas cortas al hilo de las tablas, en cuyo cobijo el manso estaba aquerenciado. También el cuarto rehuía la pelea y carecía del mínimo punto de casta y pujanza. De nuevo destacó Bohórquez con él al prender banderillas con esfuerzo y riesgo en los terrenos de dentro, en la misma puerta de chiqueros. Sobria y reposada labor, sin estridencias ni efectismos tan en boga, que fue recompensada con una oreja.

Mismo trofeo el conseguido por Álvaro Montes, que hizo su aparición en el ruedo con un aparatoso vendaje que envolvía gran parte de su cabeza, debido al percance sufrido la jornada anterior en Madrid. Extaña imagen que, a primera vista, parecía la anacrónica irrupción de un antiguo delantero centro extraído de algún NoDo. Pero, observado con más detenimiento, se adivinaba en su mano una garrocha, que asía como con desgana, y montaba un bello équido sobre el que cabalgaba con solvencia y parsimonia. Marchó así a la puerta de toriles y recibió allí a porta gayola a su primer enemigo, regalando la añeja estampa campera de parar a un toro a galope encendido con la garrocha. Como durante siglos se ha realizado en las dehesas.

Después clavó rejones de castigo y dejó muestras de su alegre rejoneo y su fácil conexión con los tendidos al prender en todo lo alto palos al violín y al estribo y adornarse con exibiciones de doma y espectacularidad casi circenses.

Con sus dos enemigos parados con prontitud, el animoso Diego Ventura hubo de adentrarse con valentía en los terrenos de los toros para así prender la llama de la emoción en los tendidos. Arístico toreo ecuestre en el que la grupa del caballo se erigía, a veces, en auténtica muleta con la que citaba, templaba y hasta mandaba la inicial acometida del astado. Embestidas que en seguida se trocaban en cortas y desesperantes por su sosería.

Con una tarde fría en lo artístico y más gélida aún de temperatura, se puso broche a una ineresante feria sanluqueña.