CRÍTICA DE TV

La señora

Está terminando La señora, ese dramón de época -años 20 del siglo XX- con el que TVE-1 ha venido llenando su noche de los jueves. La serie, producida por Diagonal TV, ha sido un éxito de público. También debe serlo de crítica porque es un producto bien confeccionado, con interpretaciones satisfactorias y una puesta en escena cuidada. Puede decirse que ha sido un producto de calidad, y no es un elogio insignificante en los tiempos que corren.

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Con este éxito, Diagonal TV añade un valor más a su cuenta después del buen balance del culebrón de sobremesa Amar en tiempos revueltos. En estos dos productos hay que tener en cuenta algo importante, y es que ambos vienen teñidos por un fondo ideológico muy intenso: tratan de servir una visión del pasado que justifica tomas de posición presentes, y esto necesariamente distorsiona tanto el retrato de época como la propia espontaneidad de la narración, que quedan subordinados al objetivo ideológico de la historia.

En el caso de La señora, el guión recurre a un ejercicio muy común que consiste en convertir a los personajes en encarnación de clases sociales, mentalidades, etc, de manera que su evolución en el relato queda condicionada por esas bridas. Un ejemplo muy obvio, por lo elemental, es el personaje del militar africanista, pintado como un desdichado petimetre, tan chuleta como cobarde. La intención política en el retrato del personaje es tan evidente que termina arruinando su construcción, como si lo estuviéramos viendo en un espejo deformante: se hace un tanto difícil creerse a un sujeto que viene laureado de la guerra de Marruecos y que, sin embargo, se comporta como un ratón asustadizo.

Por otra parte, y si no me equivoco, los responsables del vestuario le han colocado sobre el cuello del uniforme los emblemas del cuerpo de Música, y, la verdad, resulta poco verosímil que un músico militar se bata en primera línea con las cabilas del moro.

Esta simpleza en los retratos de los personajes se ve igualmente en otros secundarios de carácter alegórico: el señorito seducido por el fascismo mussoliniano, el médico rojo leninista... Como su función no es dar vida a un trozo de narración, sino encarnar conceptos políticos, el balance de su paso por escena es más bien pobre. Felizmente, no ocurre lo mismo con los personajes principales: el cura, la dama y el oligarca, pintados con la suficiente riqueza de matices como para que el relato cobre peso.

Lo mismo cabe decir de la parte 'paranormal' del argumento, construida sobre el personaje de la hermanastra del oligarca, y que frecuentemente resulta más interesante que la propia historia de amor central. Ha sido, en todo caso, una buena historia; es lo mejor que se puede decir, y no es poca cosa.