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Opinion

PP: pecados originales

Mariano Rajoy está en una curiosa encrucijada que se caracteriza por la existencia de una intensa campaña en su contra que sin embargo no tiene cara ni ojos: genera hostilidad pero no se manifiesta una oposición realmente organizada, por lo que no acaba de salirle un contendiente. Lo cual es malo para el partido mismo, que no encontrará en el próximo congreso verdadera oportunidad de optar. Las razones de esta situación aparentemente contradictoria son complejas, pero pueden quizá resumirse así: Rajoy arrastra dos pecados originales, que constituyen un pesado lastre a la hora de reivindicar su liderazgo: el primer estigma fue, es, su designación originaria por Aznar, quien lo prefirió a él porque pensó que podría controlarlo mejor que a Rato y porque al menos el gallego no se atrevió a llevarle la contraria cuando adoptó su controvertida decisión de acompañar a Bush a Irak. El segundo pecado original ha sido cometido por Rajoy durante la legislatura anterior, y ha consistido en no imponer su estilo y su personal criterio a quienes, desde determinados medios, lo han manipulado y puesto en ridículo al llevarlo a defender la falaz e inverosímil «teoría de la conspiración».

ANTONIO PAPELL
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Esta dualidad ha terminado colocando a Rajoy en su actual e incómoda posición, en la que es víctima de un agresivo cruce de debates que amenaza con destruirlo. De un lado, se cuestiona su legitimidad para mantener intactas sus aspiraciones de liderazgo. De otro, Rajoy habrá de rendir ahora cuentas a los entramados mediáticos que le marcaron la pauta de la crispación durante la legislatura anterior. Así las cosas, su posición es sumamente delicada. Rajoy necesita ganar (o perder, si llega el caso) un Congreso verdaderamente abierto, como el del PSOE del 2000, al que se presenten realmente quienes crean que tienen alguna oportunidad de ganar o algo que decir. Para ello, bastaría con que se redujera drásticamente el número de avales necesario y con que Rajoy fuera el primer avalista de cualquiera de sus contendientes. Si tal no ocurre no sólo Rajoy saldrá del cónclave tan débil como antes: es que el propio partido, falto de referencias ideológicas y de autoridad, correrá serio riesgo de fractura.