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ARREBATO. Morante, entregado frente al toro. / EFE
SAN ISIDRO

Morante, garboso y entregado

La corrida de Victoriano no fue la de otros años. Un toro de soberbia relevancia: el cuarto. Y otro, sexto del envío, de bella traza, pero de final apagadito. No fue corrida pareja ni igualada. Al medirse el hondo trapío del cuarto con la estampa galgueña del afiladísimo quinto se tuvo la sensación de un salto sin red. Los tres primeros se emplearon poco o mal. Encogido el primero y un trabajo tropezado, pero seguro de Morante. El segundo se acostó por la mano derecha y tuvo la embestida clásica de toro sin fuerza. Medios viajes regañados, y taponazo en el remate. Además de derrotar, el toro escarbó.

BARQUERITO
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Perder de manso las manos al tercer muletazo obligado. Ni un detalle en ninguno de los terrenos donde El Juli se puso. El viento no dejaba escoger. Un inefable reventador anónimo estuvo friendo a El Juli con una mortificante befa, que fue soltar un «Juliááán» en tono de humillante escarnio en cada embroque. Visto y listo el toro, El Juli, primoroso en dos muletazos de pitón a pitón previos a la igualada, cobró una estocada excelente. Atacado de carnes, el tercero, suelto del caballo y sin impulso, punteó los engaños y dejó de pasar. Embestida defensiva. Manzanares abrevió. Un pinchazo y una fea estocada delantera.

Con el toro de la corrida se entretuvo Morante en una faena donde estuvieron presentes la teatralidad, la torería, la intuición, la técnica, la medida y la desmesura. Es torero de firma propia. Su rúbrica llevó de principio a fin un trabajo caprichoso. No fue faena de bagatelas ni garabatos, porque la seriedad del toro no consentía, pero vino salteada de ligeras extravagancias. En un largo prólogo, Morante, rumboso en un quite por delantales vendido como música sinfónica sin serlo, se hizo traer y cerrar el toro con unos diez capotazos, por abajo los diez.

Cerrado el toro, empezó a trabajar. Con una chocante salida: se fue abriendo desde el mismo estribo hasta los medios con ocho muletazos muy redibujados por alto, no ligados sino de soltar toro y ganar terreno con ventaja. Y marchosería. Parecieron insuflarle a Morante aliento esos compases. Por detrás del perfil de Morante, encajado en cada embroque, se dejaron ver también los quilates del toro. Aunque no fuera toro para cascabelear, el diestro convirtió los embroques en gracioso toreo de adorno.

Hubo una primera tanda en redondo preciosa y luego, con Morante descalzo, ya no hubo en realidad ninguna otra tanda ni tan rematada ni completa.

Un aviso antes de cambiar Morante la espada. Aún se puso de frente y al natural. Y para rematar a dos manos. Un pinchazo, el segundo aviso, una estocada con pérdida de muleta y salida por pies. Pero dobló el toro. Una oreja.

El toro de más gatos por dentro fue el zancudo quinto, castigado con alguna protesta. La protesta iba más por El Juli que por el toro. No fue por eso sencillo volver las tornas. El Juli dibujó categórico tres verónicas de manos bajas, espléndida la tercera, y remató con media embraguetada y cadenciosa. La brega, en manos de El Juli, fue como suele: precisa, rigurosa, concisa. Se picó el toro lo mínimo. Dos rasponazos.

Del primero, suelto el toro. El segundo, protestando en la grupa. Pronto se vino a saber que el toro estaba sin castigar ni sangrar: el fondo agitado y revoltoso, la manera de reponer celoso y de gatear, el chispazo de protesta cuando El Juli le pudo.

La pelea fue una abundante faena llena de sorpresas. La primera, que El Juli abriera con un cite a la distancia. Cogió el guante el toro pero punteó al repetir, enganchó la muleta, no salió el invento. Cuando el toro se puso a gazapear, enseguida, El Juli tuvo que esgrimir los viajes perdiendo pasos.

El corito de reventadores aprovechó el inciso para castigar de nuevo con ese grito tan de Madrid: «Que no!». Pero fue que sí, porque, domado el gateo, El Juli se trajo de pronto a imán al toro por lo vuelos y por abajo, y ni que protestara ni se rebelara. Con la derecha, con la izquierda, ligadas las tandas de una faena de rápida resolución, sin pausas. El Juli del látigo en la mano. Los de pecho, las trincheras. Y la cumbre de la faena: los cinco muletazos cambiados por abajo con que El Juli dejó cuadrado el toro. Una preciosidad.

La última sorpresa fue que, sin razón aparente, El Juli decidiera recibir al toro con la espada y en la suerte contraria. Ni descolgó ni pasó el toro. Cuatro embroques, cuatro pinchazos, un aviso, una estocada, tres descabellos. Julián no quiso salir a saludar. A todo esto no paraba de llover, pero a última hora se echó el viento y salió el único toro apacible de la corrida. Manzanares lo toreó con mayúscula calma, pura cintura, y hasta al ralentí.

Pero pasó que no llegó a haber tanda redonda, ni en los medios, donde se abrió el asunto, ni en el tercio, donde el toro, desfondadito, se dejaba acariciar si se sabía cómo. Una estocada de lujo.