Opinion

El PP sentimental

La crisis mediática que acorrala y debilita a Rajoy, hábilmente estimulada por los mismos medios de comunicación que más enfáticamente lo apoyaron hasta las elecciones generales y, de súbito, se lanzaron a pedir su dimisión fulminante al día siguiente de la derrota, tiene, de momento, bien escasa enjundia ideológica, Por eso puede decirse sin reservas que, por ahora, es una crisis sentimental. Claro que quien siembra vientos recoge tempestades. Y me explicaré más adelante.

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En esta etapa precongresual, la cuestión verdaderamente enigmática, decisiva y central que el PP tiene que plantearse y que resolver por razones de pura supervivencia es si Rajoy, derrotado dos veces por Zapatero en las urnas, es o no la persona adecuada para conducir al partido a una victoria en 2012 o si, por el contrario, a la luz de la experiencia, lo más razonable es dar paso a otras candidaturas y a otros candidatos con más enjundia, atractivo y capacidades. Pero a la vista está que la crisis no discurre en esta dirección. De momento, lo que ha prendido la hoguera es nada menos que la cuestión antiterrorista, la disposición del PP frente a ETA y los nacionalismos colindantes.

Es asombroso que, tras constatar que María San Gil no ha desertado por razones realmente ideológicas, se haya acabado sabiendo que la verdadera causa del monumental enfado de la presidenta del PP vasco, estimulado por Mayor Oreja, ha sido la tibieza en este asunto concreto del coordinador que Rajoy había designado para la Ponencia Política, José María Lassalle. Y lo es todavía más que Ortega Lara haya pedido la baja en el partido por solidaridad con San Gil. María San Gil era la secretaria de Gregorio Ordóñez y lo acompañaba cuando fue brutalmente asesinado por etarras en San Sebastián mientras almorzaban en un restaurante. Y Ortega Lara, por la tortura a que fue sometido, se ha convertido justamente en un símbolo de la resistencia frente a ETA. Pero si bajamos de las nubes y ponemos los pies en el suelo, llegaremos seguramente a la conclusión de que estos referentes sentimentales, aunque dignísimos y valiosos, no pueden determinar el liderazgo del partido ni obligar al PP a que, por elevación, no sólo ponga en primer plano de sus preferencias políticas el combate contra ETA, sino que también criminalice por sistema y sin matices a todos los nacionalismos de este país. A la vista está que tales radicalizaciones han dejado al PP en la oposición.

Es muy natural que en un precongreso se hagan presentes, además de las diferentes sensibilidades, todas las ambiciones, todas legítimas, represadas el resto del tiempo. Lo que no tiene sentido es que la gran disputa verse casi exclusivamente sobre el énfasis que se pondrá en conseguir la derrota de ETA, un designio por lo demás obvio y sobreentendido que bien escasas matizaciones requiere, y que ni siquiera se ha debilitado ni puesto en duda durante los sucesivos procesos de paz emprendidos por González, Aznar y Zapatero. Durante la legislatura anterior, y en una gran manipulación urdida por actores identificables y concretos de la ultraderecha mediática y social, el terrorismo fue utilizado como ariete contra el Gobierno más para debilitarlo que para empujarlo a variar sus políticas sobre el particular. Ahora, Rajoy prueba su propia medicina: los «grandes símbolos de la lucha contra ETA dentro y fuera del PP» se enfrentan al candidato, no porque tengan dudas sobre su solvencia sino porque no acaban de estar seguros de su dureza contra los asesinos y sus cómplices. Quienes orquestaron aquel reiterado y populista tremolar de banderas inflamadas y patrióticas se han vuelto contra Rajoy, a quien consideran demasiado blando. Es una ironía el destino. Los cientos de víctimas de ETA han experimentado un gran cúmulo de dolor y merecen el inmenso respeto de los demócratas, pero su participación corporativa en la política concreta es extemporánea. Lo fue en la legislatura pasada y lo está siendo ahora, ante el Congreso del PP, donde lo que está en juego no son ni los referentes ni los símbolos sino la eficacia política y el bagaje doctrinal.