Qué de hijos
En la hora en que la soñera se confunde con la metafísica, esperaba el otro día el autobús; pensaba en el proceloso kiosco mirando al proceloso mar delante de Santa Maria del ídem, hurtándole el espacio a mis hijos (era un pensamiento solidario, los hijos de otros, los míos no van).
Actualizado: GuardarEn este pensamiento monté y me alejé de la muchacha de hermoso cuerpo y gesto sensual (la cosa de los hijos, no me funcionó la libido, tú) que se quedó en la parada atrapada en el cartel, vendiéndome algo (una crema, creo, en eso no me fijé); y aunque hubiera funcionado, al bajar me acomplejó su par, un atlético muchacho marcando bíceps, tríceps y paquete (vendía gayumbos). Maldita publicidad
Gracias a Dios que no todo es desmoralizante en los anuncios: atontao me quedé con el de Endesa, esos sí que piensan en mis hijos, y hasta en los hijos de mis hijos, eso es llegar al corazón... Me emocioné: «Convertiremos las empresas en desafíos» ¿sí! ( bueno, cuando vengan), «No queremos fábricas que den malos humos» ¿ahí! ¿ahí! ( ahí hasta apagué el cigarro), «Es tiempo de que nos sentemos a hablar de qué mundo queremos para ellos» ...po que no se hable más, el mejor, quillo, el mejor (a punto de clara tenía el tejido sensible), «Reinventemos nuestra forma de vivir y estar en el planeta, lo mejor está por llegar » mira, escalofrío: lo mejor está por llegar; de milagro no lloré. Lloré al día siguiente, con las noticias... Crema no me voy a comprar, y a los gayumbos les doy la vuelta y palante, pero no veas el sensible, el de los hijos de mis hijos... el once por ciento, y sin anestesia (la cara que me vería la muchacha del cartel que me preguntó qué me pasaba). Ya tú ves este hombre, cuando oscurezca, esté el kiosco lleno y tenga que decir, hágase la luz ( hijo mío, lo menos va a tener que poner el bo a uno diez).