PONENTES. Dilip Jaiswal, Ramón Pico, Álvaro Enterría y Lalia González-Santiago en el COAC. / N. R.
Cultura

La India sin maquillaje

Álvaro Enterría, que lleva residiendo en Benarés desde 1989, desmontó con el relato de sus experiencias la imagen más tópica, deformada y complaciente del país

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Como todos los lugares atravesados por la magia, el exotismo y el misterio, La India ha sido objeto de mucha literatura plana, estudios deformados, tópicos y malentendidos. Los falsos expertos, interesados en alimentar el estereotipo para agradar a la concurrencia y afianzarla en sus convencimientos, han contribuido a vender una imagen rasa, sin matices, que evita cualquier dato, análisis o argumento ajeno al perfil preestablecido.

Ayer, Álvaro Enterría, que vive y trabaja en el país desde 1989, desgranó, en el Ciclo India del Colegio de Arquitectos de Cádiz, un puñado de reflexiones, anécdotas y realidades que cuestionan buena parte de esa radiografía complaciente, e invitan a los interesados a profundizar en la riqueza de un «subcontinente que desafía y excede cualquier explicación o generalización fácil».

Presentado por Lalia González-Santiago, directora de LA VOZ, Enterría hizo su particular diagnóstico del país, que procede «no sólo de lecturas, sino sobre todo de experiencias». El director de la editorial Indica Books explicó, por ejemplo, que el tan traído y llevado sistema de castas «tiene sus carencias y no es justo, pero está lejos de representar la organización medieval que muchos creen».

Enterría contextualizó el modelo de las castas como «una forma de responder a la dureza del medio rural, ya que implica la prestación recíproca de servicios y compartir los mismos recursos, aunque fuera según costumbres ancestrales». Así, más que «una casta superior o inferior», lo que priman son los gremios: «Los barberos, los lavanderos, tienen una determinada función en el pueblo, pero también ejercen un papel concreto en rituales cotidianos».

Sobre la figura de los intocables, Enterría ahondó en las motivaciones «primarias», supersticiosas, que explican su existencia. «El indio tiene un concepto muy estricto de la impureza: tras la muerte de un ser querido, ningún miembro de la familia puede tocar a otro durante once días; lo mismo ocurre con las mujeres, intocables hasta cinco jornadas después de que se acabe su menstruación. De esa manera, todas aquellas personas que están más en contacto con la muerte o la enfermedad, ejercen una especie de repulsión protocolaria entre los indios, lo cual no implica que se les margine».

Quizá la parte más peliaguda, a la vez que divertida, de la intervención del experto editor fue el relato de su singular romance con Dilip Jaiswal, la que hoy es su mujer. «Fue un matrimonio concertado en toda regla», comenzó. «Cuando decidí quedarme a vivir en India, supe que no podría hacerlo solo, así que pedí a algunos amigos que me buscaran una mujer». Como las pesquisas no funcionaron, Enterría puso un anuncio en el periódico y recibió 50 solicitudes. Tras un exhaustivo proceso de selección, eligió «tres finalistas». Después, cuando la familia de su prometida comprobó que «los horóscopos les eran favorables», pagó la dote y «fuimos marido y mujer».

Más allá del morbo y de la curiosidad, anecdótica, de la historia, el protocolo amoroso que siguió Enterría es una prueba de cómo «para conocer una realidad lejana, uno sólo puede sumergirse en ella».