LA PREVIA

El retorno del arqueólogo aventurero

Como llegó a decir Lawrence Kasdan, el guionista de En busca del Arca Perdida, las películas de Indiana Jones son películas donde sólo pasan cosas que pasan en las películas. O sea, la implacable sucesión de aventuras, tropelías, puñetazos, explosiones, besos y torturas que sólo se ven a veinticuatro imágenes por segundo, sin tiempos muertos, sin respiro para pensar ni reflexionar ni verles el truco tremebundo que nos cuelan Lucas y Spielberg: el espectador sólo puede divertirse.

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Indiana Jones marcó un antes y un después en el cine de aventuras, curiosamente porque tiró hacia atrás y recuperó buena parte del cine de aventuras que ya no se hacía, el de los años treinta, el de actores como Bogart, Flynn, Cooper o Grant; ese cine de héroes muy recios y villanos más grandes que la vida donde el exotismo era parte fundamental de la historia, antes de que la Segunda Guerra Mundial nos empapara a todos de aburrido realismo.

Recuperando los seriales de los sábados, un héroe de tebeo que, no obstante, mostraba cada dos por tres la honda vena cinéfila del director Steven Spielberg, las tres películas de Indiana Jones son un recital continuado de momentos culminantes de películas y cómics que todos hemos amado, casi un corta-y-pega de lo mejor de lo mejor, el popurrí ideal de situaciones pasadas de rosca realizadas por la mano exquisita del mejor hombre de cine de nuestro tiempo.

Serie B con presupuesto de serie A y en manos de los principales cineastas que ha dado el Hollywood contemporáneo, la trilogía (ahora tetralogía) del arqueólogo-saqueador del látigo y el sombrero no sería lo que es sin el impulso creador de George Lucas, la maestría tras la cámara de Steven Spielberg, y la actuación en estado de gracia de un Harrison Ford que ha nacido para el papel, y que bien podría haber pasado a la historia del cine aunque no hubiera abierto la boca en otras películas. Y encima, rodeándose de un equipo técnico envidiable, con el mejor músico clásico del siglo veinte (John Williams), y con un plantel de secundarios de lujo del que muy pocas películas pueden fardar, desde el impagable Sean Connery como papá Jones al entrañable John Rhys-Davies (Sallah), el añorado Denhom Elliot (Marcus Brody), el llorado River Phoenix (Indy joven), y las tres bellas tan be-llas que al menos Steven Spielberg tuvo el tino de casarse con una de ellas: Karen Allen (Ma-rion Ravenwood), Kate Capshaw (Willie Scott), Alison Doody (Elsa Schneider).

Malos muy malos, buenos que no lo son tantos (la indefinición moral de Indy es una de las grandes bazas de sus historias), cine tan bien hecho que los propios creadores han tardado diecinueve años en tratar de batir su propia marca. Esta tarde, Indy se reencuentra con Marion, descubre que es viejo enfrentado a un jovencito que podría o no ser su propio hijo, y cambia las reliquias religiosas por el misterio de Roswell y las calaveras de cristal que llevan ya meses iluminando nuestros sueños.

«Confía en mí», suele decir nuestro arqueólogo. Allí estaremos.