La Trinchera | Grafiteros e ignorantes
Al final, basta con arañar un poco en la envoltura obligada de lo políticamente correcto, y los prejuicios trasnochados de buena parte de esta sociedad cicatera y miserable salen como impulsados a chorro. Lo de los graffitis es sólo el último ejemplo. El Ayuntamiento inicia una campaña, oportuna, original y necesaria, para que Jerez reciba a sus turistas en las mejores condiciones posibles, y hay quién aprovecha la coyuntura para desempolvar el bazoca semántico, mezclar churras con merinas, apropiarse de discursos obstusos -sembrados de tics fascistoides- y, dando una clase magistral de ignorancia supina, disparar contra los grafiteros como si fueran la octava plaga de Egipto.
Actualizado: GuardarNo vamos a caer en la tentación, demagógica y facilona, de defender que cualquier pintarrajo, garabateado en una pared, es arte. Sería lo mismo que decir que cualquier mamarracho, dispuesto en mitad de una rotonda, oficialmente inaugurado con cintitas y fanfarrias, puede pasar por un homenaje a los cofrades de Jerez. Por ejemplo. Lo primero ensucia nuestras calles. Lo segundo, también.
Los gamberros han transformado el casco antiguo de Mérida en un fresco de obscenidades. Los grafiteros -con Banski a la cabeza- han convertido Bristol en lugar de peregrinación de miles de aficionados al arte urbano. Hasta el punto que su Ayuntamiento protege sus creaciones con el mismo celo con el que aquí se protege la Real Escuela. No tanto por un afán estético o filantrópico, sino también pecuniario. En esa ancestral costumbre de pintar en la calle, hay cerdos y hay artistas. El enorme pene que luce una esquina de la Plaza San Andrés, es una perrería adolescente. La sucesión de imágenes (impactantes, conmovedoras, técnicamente impecables) que decora el muro de Catavino (o Cuatrocaminos) es una de las mejores muestras de expresión colectiva de esta ciudad, tan dada, por otra parte, a lo rancio y encorbatado.
Es cuestión de saber diferenciar. Todo el que escribe opinión en un periódico tampoco tiene por qué ser un referente moral (o pretenderlo). Hay columnistas serios, originales y bien documentados. Y también hay quien ensucia sus páginas como algunos niñatos ensucian las paredes.
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