Acotar la discrepancia
La quiebra de confianza registrada en la relación entre María San Gil y Mariano Rajoy y la proyección de esas desavenencias hacia el conjunto del PP enfrenta al presidente de los populares con una crisis que ya no sólo pone a prueba la fortaleza de su liderazgo, sino que impregna a todo el partido en un momento en el que las tensiones internas pretenden revestirse bajo la forma de un debate ideológico que algunos han interpretado en términos excluyentes. El desmarque de San Gil ha tenido el efecto de cuestionar el espíritu y la orientación de una ponencia política que difícilmente habría recibido crítica si ella la hubiera suscrito. De ahí que aunque su plante constituya la mayor complicación a la que ha tenido que enfrentarse Rajoy, la propia singularidad de su desafío siembra dudas sobre la sinceridad de aquellos que, amparándose en el predicamento con que cuenta la dirigente guipuzcoana, tratan de identificar los principios rectores del partido con los que han marcado su férrea labor de oposición en los últimos cuatro años. Y que, en consecuencia, regatean a su líder la capacidad para reacomodar la estrategia hacia el centro político que ayer se permitió reivindicar Alberto Ruiz-Gallardón.
Actualizado: GuardarLa vinculación de ese objetivo con el legado de Aznar se contrapuso significativamente a la intervención del ex presidente reclamando expresamente integración y confianza, unas palabras que se identifican con el discurso de San Gil y que pueden considerarse, por ello, como un intento de acotar el margen de maniobra de Rajoy. Desde que San Gil planteó su desafío, se ha hecho evidente la voluntad por parte de destacados representantes populares de transformar lo que venía presentándose como una pugna por el control del partido en una disputa ideológica, en la que se dirimirían cuestiones esenciales como el respaldo al Gobierno en la lucha antiterrorista o una eventual distensión con los nacionalistas. Pero es justamente ese modo de cuestionar el liderazgo de Rajoy el que obligaría a sus detractores a formalizar su discrepancia a través de una propuesta política o, incluso, de una candidatura alternativa para conferir plena credibilidad a su oposición; y si desisten de ello, a renunciar a restar legitimidad a la nueva dirección que se conforme tras el congreso de junio. Una exigencia esta última por la que también debe sentirse concernida la propia San Gil.