LIRIA. Intentó sacarle todo el partido posible a su segundo. / EFE
Toros

Sobrio adiós de Pepín Liria a la plaza de Madrid en una fiesta menor

El diestro, que hizo su último paseíllo en Las Ventas, no disimuló su disgusto 'Serranito' y Esplá tampoco logran cuajar una faena ni buena ni pasable

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Era el adiós a Madrid de Pepín Liria. Mayoría era también el clásico público de aluvión de San Isidro en domingo. Fieles, sin embargo, en número suficiente como para poner en relieve el detalle. Una ovación para Liria tan sólo abrirse el portón de cuadrillas, otra puntual y bien batida después del paseíllo y una tercera, emotiva de verdad, que fue la de la despedida propiamente.

Tras el arrastre del quinto toro de Samuel Flores, Sangrecita, número 54, chorreado en verdugo. Hermosa pieza: grueso el calibre de las mazorcas, un pelo andarín pero toro con movilidad y bondad. Antes de que Pepín tuviera que llevarse la montera al corazón para dar a la parroquia las gracias, el toro de Samuel se llevó en el arrastre una desproporcionada pita. Destinos cruzados: la despedida de Liria coincidió con la reaparición de la ganadería de Samuel Flores en San Isidro. En versión, por cierto, corregida y mejorada. Tamizada, suavizada, templada. Aunque no fuera corrida de particular fortuna, porque los dos primeros, con el viejo hierro de la efe unos y otro, volvieron a corrales por sendas cojeras. El primero se lesionó tendones de mano en los lances de saludo; el segundo tenía los pies de azúcar. Los dos lucían testas sobrecogedoras y en eso recordaron la estampa fija de los samuélidos de interminable alambiques. Pero eran bajos de agujas y cortos de manos los dos. Y de buen aire. El tercero de la tarde, jugado bajo mansa lluvia, de tan proporcionada caja como los dos previos pero bastante menos cara, resultó toro de distinguida nobleza y caro compasito por las dos manos. Fijo, a más, una pizca andarín de partida. Entrega generosa y ritmo lento que parecía mecer al toro solo.

Ni verlo ni entenderlo

No lo acabó de ver claro Paúl Serranito, raro caso de torero zaragozano trasvasado a Albacete. Ni de verlo ni de entenderlo. No fue cosa de aflicción, porque valor iba a echarle luego con un sexto de corrida de terroríficas guadañas. Sino de agarrotamiento o bloqueo. No rompió en serio, ni asomo de hacerlo, una faena donde hubo sueltos algunos muletazos bien tirados. No ligazón, ni pasar la frontera donde se obliga o acompaña a esa clase de toros tan morcillones y buenos, ni ideas para encontrarle al toro el sitio, la distancia, la velocidad y demás parientes del toreo timbrado. Así que se fue yendo el toro entre pausas y tiempos muertos. Un aviso antes siquiera de cambiar Serranito de espada.De los dos sobreros de Fernando Peña Catalán jugados por delante, el segundo, con el hierro de El Jaral de la Mira, soltado sin divisa, fue toro de notable estilo, combativo, bravo, no del todo sencillo. Codicioso, se estiró bien, obedeció sin resistencia.

Con la chispa de la casta que suele transmitir lo que procede de Baltasar Ibán. Liria no pasó con el toro apuros, sino que le dio cuerda y marcha, le aguantó, comprobó que era toro de dos manos y todo terreno, y aquello vino a resolverse en un ten con ten más emocionante que tenso. Más de toques que de dominio. Bien sostenido el trabajo. Por oficio. Y por el son del toro. El otro toro de Peña, de la parte Núñez, cinqueño cumplido, tuvo sus gatos y fue duro de pelar. Esplá lo manejó en una faena de corte antiguo: toreo andado primero y movidito después. Dos problemas mayores del toro: andar un poco y mirar mucho.