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Miradas al Alma | La ciudad del pecado

Así se la llamó y así quedó para la historia, con no pocos paradigmas de misterio, la ciudad llamada Babilonia; la primerísima metrópolis de la historia, anterior a Roma. Los griegos depositaron en ella el gran origen de la civilización. De entre sus muchos entresijos neblinosos, llama la atención la enorme torre creada, dicen que para que los dioses pudieran descender, de 91 metros de altura la gran torre de Babel. Y es que el orgullo del hombre siempre ansió tocar la divinidad allá en las alturas, pero con la misma creencia y fe. En el cielo no sólo vive el espíritu divino, también está el infierno.

JESÚS SOTO DE PAULA
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Metafóricamente, podríamos imaginar que fue gracias a aquella torre que abrazaba el cielo por la que múltiples demonios comenzaron a deslizarse hacia la tierra, cual serpiente sutil en busca de presas terrestres. Se cuenta entonces que en la descomunal torre nadie se entendía; los hombres hablaban idiomas diferentes, lo cual les llevaba a enfados y asesinatos.

Cuentan que toda mujer era obligada a entregarse a todo hombre con deseo carnal. Vicio, pecado y engendro se adueñaron de aquellas piedras, donde la libertad se confundió con el caos. Los demonios susurraron sus malévolos propósitos a los reyes Hammurabi, Nabucodonosor y Baltasar; todos ellos soberanos arrogantes, carne de pecado. Fácil es pecar, difícil alejarse de él. Los demonios saciaron sus ansias en toda Babilonia y vomitaron su bilis y huesos en el Tigris, el cual llevó a la mar toda la malévola contaminación.

Cuenta la leyenda tinieblas del bien y del mal, y sólo podemos deducir que el hombre nació de siempre con su instinto de pecar, de desafiar y de sucumbir por su propio espíritu falaz.