PAÍS CONVULSO. Un anciano druso pasa junto a un grupo de niños cerca de Beirut. / REUTERS
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Líbano se rinde a la evidencia de estar en manos de la fuerza militar de Hezbolá

El partido-guerrilla es consciente de que el pulso echado al Gobierno Siniora le va a pasar factura

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Los líderes libaneses se encuentran reunidos en Doha, capital de Qatar. Viajaron hasta allí en dos aviones distintos. Uno para las formaciones que componen el Gobierno y otro para las fuerzas de la oposición, lideradas por Hezbolá. Doha es el lugar elegido para calmar los ánimos, elegir de una vez un presidente y avanzar en el estancado diálogo nacional tras los graves enfrentamientos que han hecho rememorar la guerra civil que asoló el país entre los años 1975 y 1990. Esta vez el conflicto ha sido entre musulmanes y no ha afectado a la comunidad cristiana. Los chiíes, liderados por Hezbolá, ocuparon el corazón suní del país, el oeste de Beirut, y el mundo musulmán tembló. El poder de Irán -fundador y financiador de Hezbolá y principal nación chií del planeta- llegaba con fuerza arrolladora a orillas del Mediterráneo.

«Interpretamos como una declaración de guerra cualquier acción contra la resistencia». Fue la reacción de Hassan Nasrallah el pasado 8 de mayo tras conocer que el Gobierno pretendía ilegalizar su red de comunicaciones en el sur de Líbano, «imprescindible para la lucha contra Israel», según el Partido del Dios, y retirar de su cargo al jefe de seguridad del aeropuerto de Beirut por su presunto espionaje para la milicia chií. A los pocos segundos de terminar el discurso, los hombres de Nasrallah se hicieron con el control de toda la capital. No hubo respuesta suní en Beirut, sí en Trípoli. También los drusos plantaron cara en su feudo, pero Hezbolá, como era previsible, fue muy superior. Finalmente cien personas perdieron la vida y otras doscientas resultaron heridas en los diferentes choques.

Diez días después todo parece haber vuelto a la normalidad, pero nadie olvida lo ocurrido. Con la capital ocupada y el país bloqueado, el débil Gobierno de Fuad Siniora se vio obligado a dar marcha atrás y revocar las dos decisiones que tanto molestaron a Hezbolá. Su campaña de desobediencia cesó inmediatamente y los hombres armados volvieron a sus casas, se retiraron las barricadas y quedaron abiertos de nuevo el puerto y aeropuerto de la capital.

«¿Cómo no iban a dar marcha atrás? Sabíamos que Hezbolá era la fuerza más poderosa, pero nadie esperaba esta exhibición y humillación. El problema es que los suníes, tarde o temprano responderán», asegura Paul Salem, director del grupo de análisis Carnegie Endowment for International Peace en Beirut. Los líderes religiosos de esta comunidad llegaron a calificar la situación como «el 'nakba' libanés», haciendo referencia al término usado por los palestinos para definir la catástrofe que supuso la expulsión de sus hogares por parte de las fuerzas de Israel en 1948. Los blogs del mundo musulmán suní, desde Marruecos a Irak, echan humo con la acción del partido-guerrilla y su núcleos extremistas claman venganza.

«El desgaste político de Hezbolá ha sido enorme, pero es el precio que han tenido que pagar por reafirmar las bases de su estado particular, de su estado dentro del estado.

Lo primero para ellos son sus armas y lo han dejado bien claro. El Gobierno sabía que cruzaba la línea roja al meterse con la resistencia y Hezbolá sabía que cruzaba la línea roja al ocupar el Beirut suní. Esto no acaba más que de empezar», destaca Salem.

En este país de constantes rumores y conspiraciones, cada día parecía que iba a ser el último antes de una nueva contienda civil. «Estamos hartos. Así no se puede vivir, cada vez que levantamos la cabeza nos viene otra de éstas y de nuevo a empezar de cero», lamentaba Fuad, uno de los cientos de comerciantes del distrito suní de Hamra donde más simbólica fue la ocupación chií ya que es el feudo de la familia Hariri.

«Por primera vez usó sus armas contra los propios libaneses. Ya nada será igual porque si lo ha hecho una vez, lo pueden hacer veinte más», opina Jamil Mroue, director del diario 'The Daily Star'. Lo hizo, pero no fue hasta el final, no culminó un golpe de Estado total.

«Persigue el diálogo nacional a gritos desde hace mucho tiempo, y al no ser capaz de lograrlo por los medios políticos, no tuvo más remedio que dar un golpe de autoridad y obligar a todos a sentarse a dialogar. Líbano tiene muchos problemas, pero sólo un partido parece tener un plan, Hezbolá», destaca el analista político local Gaby Jammal.