«Hoy el sexo es directo y sucio»
Creador de una literatura radical, el autor austriaco publica 'Cementerio de las naranjas amargas'
Actualizado:El escritor austriaco Josef Winkler (Kamering, 1953) dedica su último libro traducido al castellano, Cementerio de las naranjas amargas, a un muchacho italiano que vivía aislado en el monte y murió cuando su padre, que lo sorprendió viendo un partido de fútbol en un televisor portátil conectado a la batería del tractor, le dio un hachazo en la cabeza. Esta historia y otros muchos relatos de muerte, sexo, religión y violencia forman parte de este libro y de toda su obra, construida con un lenguaje de enorme belleza, lo que le ha servido para que Marcel Reich-Ranicki, el gran pope de la crítica literaria centroeuropea, lo haya elevado a los altares. Winkler, que ha estado en Madrid para presentar su novela, cuenta cómo su infancia y juventud estuvieron marcadas por la muerte y confiesa que sus escenas de sexo son directas y sucias, como en la vida misma.
-La dedicatoria de su libro es clarificadora. Todo él, como obras anteriores, está atravesado por la muerte. ¿Por qué?
-Hay un motivo autobiográfico en ello. La muerte desempeña en mi vida un papel muy especial. Hay un pasaje que he narrado en alguna de mis obras: cuando tenía tres años, mi tía me llevó a ver el cadáver de mi abuela, que estaba en un catafalco colocado en una habitación en mi casa. Me cogió en brazos, me elevó sobre el ataúd y me enseñó la cara de mi abuela muerta.
-¿Y qué sucedió?
-Pues que tengo fijado ese momento, y que todos mis recuerdos, todas las escenas de mi vida que tengo grabadas, arrancan de ahí, de ese momento en que mi tía me levanta. No tengo conciencia de nada anterior. Sólo hay una cosa que me cuenta otra de mis tías, que me dice que cuando yo tenía uno o dos años siempre llevaba en mis manos un lápiz. Si un niño así no se convierte en escritor, no sé qué otra cosa podría ser.
-De manera que usted se hace escritor a partir de esa imagen de su abuela muerta.
-Sí, pero hay más. Mi abuela murió porque se le había partido el corazón. En la Segunda Guerra Mundial había perdido a tres de sus hijos que tenían edades entre 18 y 22 años. Uno murió en Yugoslavia y los otros en Rusia. Cuando mi tía me levantó sobre el cadáver de mi abuela, tuve mi primer contacto con la muerte. Luego, durante seis o siete años, fui monaguillo e intervenía en todos los bautizos y las bodas, pero también en los funerales. Más adelante, he visto suicidios de jóvenes en mi pueblo. También como niño tengo otro recuerdo: cuando en el verano hacía muchísimo calor, solía ir al cementerio, que estaba más fresco, y regaba las plantas de todas las sepulturas, aunque no sabía quién estaba enterrado en cada una.
Fantasmas y religión
-Usted ha dicho alguna vez que con su literatura quiere dar voz a su madre. ¿Por qué?
-A partir de esas muertes de las que hablaba, mi familia materna prácticamente enmudeció. Mi madre, de forma especial. Sólo hablaba lo estrictamente necesario. Por eso se explica el ansia que tengo por expresarme gracias al lenguaje, y mi relación con la muerte. La forma en que yo escribo es un modo de darle forma al silencio de mi madre, de superarlo. Pero no soy el único. Thomas Bernhardt dijo de sí mismo que su tema era la muerte. Y hay una frase de Celan que dice que la muerte es un maestro de Alemania, en alusión al nacionalsocialismo. También pasa en Austria, también es un maestro.
-Escribir sobre la muerte, sobre muertes absurdas, grotescas, por azar... ¿libera los fantasmas personales de un autor?
-Tiene mucho que ver. Esta idea de la muerte está tan profundamente enraizada que al escribir intento liberarme de mi propia biografía, aunque también incluyo otras muertes en ese afán de superar eso que ha dejado tanta huella en mí. Además, he leído muchísimo sobre este asunto: a Genet, Rulfo y otros. Antes de empezar a escribir leí mucha literatura española e hispanoamericana, que tiene grandes imágenes de enorme fuerza. Las mayores influencias que yo he recibido proceden de la literatura francesa, la hispanoamericana y el surrealismo.
-En Cementerio de naranjas amargas la muerte está vinculada a escenas de religión. En un momento de gran secularización, ¿por qué esa presencia tan abundante de la religión?
-Mis libros cuentan sobre todo mis recuerdos, y cuando hablo de los rituales me refiero a esos que yo he vivido hace muchos años. Ahora, es cierto que esa secularización ha hecho que las iglesias queden desiertas. Hay muchas en las que en mi juventud se decía misa cada día y hoy, como mucho, una vez al mes. La iglesia local no encuentra nuevos sacerdotes, supongo que sobre todo por el celibato. Ahora los nuevos párrocos son jóvenes que vienen de Polonia. Pero Polonia ya ha entrado en la UE y a saber lo que ocurrirá en diez o veinte años. Quizá las iglesias polacas también estén vacías. Es preocupante para la Iglesia que en un país como Austria, con ocho millones de habitantes, no haya nadie que quiera convertirse en cura.
-El sexo es otro elemento constante en sus libros, pero un sexo sucio, completamente disociado del amor. ¿Es más literario así?
-Creo que debo matizar algo: el libro fue escrito hace casi veinte años. A partir de ese dato, tengo que decir que el sexo está descrito así porque yo buscaba un nuevo lenguaje. Creo que este tipo de relación ya no se puede describir como lo hacían Sartre, Henry Miller o Genet. De lo que se trata es de expresar lo mismo con un lenguaje diferente. También podría haber hablado de una historia de amor en relación con el sexo.
-Pero no lo ha hecho.
-Es que el amor romántico nunca ha existido. Los autores han narrado sólo una parte de ese amor. No olvide las influencias que yo he recibido de Pasolini, Genet, Bataille y otros autores que han hablado de un modo muy claro de este tipo de relación. Lo que me ha gustado de ellos, de sus libros y sus películas, es que lo decían todo, que llamaban a las cosas por su nombre. Eso gustaba mucho a los de mi generación: que no se soslayasen aspectos, ver las cosas como son.