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A CUESTAS. Un soldado traslada a un anciano ante el riesgo de inundaciones en Beichuan. / AFP
MUNDO

China lava su imagen en la tragedia

La reacción tras el seísmo se ofrece como prueba de apertura y cambio político, aunque aún con matices

ZIGOR ALDAMA
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Dos regímenes autoritarios, dos catástrofes naturales y dos formas diferentes de encararlas. China y Myanmar, dos caras de la misma moneda, con resultados opuestos. Es lo que parece a simple vista, aunque es necesario profundizar para encontrar los matices. Ni blanco, ni negro, aunque lo cierto es que el Gobierno chino está esforzándose por acercar su actitud a la de las democracias occidentales y la junta militar birmana parece enfrascada en conseguir todo lo contrario.

Pero no es oro todo lo que reluce. En algunos pequeños poblados de cerca de Mianzhu, una de las localidades más afectadas por el terremoto que el pasado lunes dejó al menos 30.000 muertos, todavía quedan supervivientes bajo los escombros a los que no se presta ayuda. Los propios vecinos les mantienen con vida, les dan agua y comida, a la espera de que lleguen los equipos de rescate, cuyo objetivo principal se encuentra en los grandes núcleos urbanos afectados. Por lo visto, 130.000 soldados no son suficientes y ayer seguían llegando nuevos aviones con nuevas tropas.

Eso sí, los esfuerzos de los equipos de rescate siguen surtiendo efecto, y ayer consiguieron salvarle la vida en Wenchuan -el epicentro del seísmo- a un ciudadano alemán que llevaba 114 horas sepultado bajo los restos del edificio en el que se alojaba. Otra mujer, a las once de anoche llevó el milagro todavía más lejos al permanecer viva 124 horas en Shifang. Y dos helicópteros avistaron a catorce turistas taiwaneses, vivos, en el pueblo de Qipangou, aunque el mal tiempo impidió su rescate, que se reanudará hoy.

En otros casos, los supervivientes han tenido que sufrir amputaciones para poder ser rescatados. Desafortunadamente, las labores de ayuda han sido suspendidas en varios lugares y todos sus habitantes desalojados ante la posibilidad de que se desborden varios ríos y el lago de Beichuan, que ha quedado convertida en un desierto de cascotes y barro, y cuyas vías de acceso presentan socavones de hasta cuatro metros de altura. Los continuos desprendimientos siguen dificultando las comunicaciones por carretera y bloquean las vías fluviales, lo que provoca peligro de inundaciones. Según el último balance gubernamental, alrededor de cinco millones de personas han perdido sus casas.

Satisfacción a medias

No todos los afectados están razonablemente satisfechos con la actitud del Gobierno. En pueblos como Qingchengshan, las autoridades han contabilizado oficialmente un número de fallecidos y heridos muy inferior al real. Según un residente, que prefiere mantener el anonimato, en su localidad, en la que no ha quedado un solo edificio intacto y el 60% se han derrumbado, las autoridades sólo han contabilizado un fallecido «pero en realidad murieron cuatro». Este periodista pudo comprobar al menos la muerte de tres vecinos a los que estaban despidiendo sus familiares con ceremonias tradicionales de la quema de 'papel dinero'. «No entiendo por qué no han dado la cifra real, pues la conocen perfectamente. Quizá, simplemente, no hayan actualizado la información, pero resulta extraño». Posiblemente, la tan publicitada transparencia del Gobierno chino tenga todavía un lado opaco.

Muestra de ello es la actitud de las autoridades de Pengzhou, donde se concentra la ayuda humanitaria que luego el Ejército distribuye por las zonas afectadas. No sólo nos impidieron el acceso a la zona afectada, sino que nos conminaron a regresar a Chengdu inmediatamente «por su propia seguridad», aunque no hay restricciones para visitar la localidad. Agentes de policía se encargaron de acompañarnos hasta nuestro vehículo y pidieron al conductor que pusiera rumbo a la capital de Sichuán «sin hacer caso de lo que pida».

No obstante, no hay duda de que el cambio en la actitud informativa de las autoridades chinas resulta espectacular si se compara con la del terremoto anterior, en 1976, y más cerca en el tiempo, con la crisis de la neumonía atípica de 2003, cuando el mundo entero criticó al gigante asiático por su opacidad informativa, un hecho que ponía al mundo en peligro debido a su elevada capacidad infecciosa.

En esta ocasión, canales de televisión como CCTV-1 muestran en directo imágenes de la tragedia, y dedican las 24 horas a las consecuencias del seísmo. Algo parecido sucede con la prensa escrita y la radio, aunque los medios extranjeros están bajo sospecha e incluso los afectados titubean a la hora de hacer declaraciones. «No quiero que exagere ni manipule lo que he dicho, que ya sé lo que han hecho con las informaciones sobre Tíbet», advierte uno de los afectados entrevistados. Sin duda, la cercanía de los Juegos Olímpicos y la mala imagen creada por los disturbios en la región del Himalaya han influido en el cambio.

Estrechar relaciones

Esta catástrofe también está sirviendo a China para tender puentes con antiguos enemigos y para reforzar los de aliados tradicionales. Así, resulta sorprendente que, aunque todavía no ha sido aceptado ningún equipo de rescate occidental, Japón y Taiwán, países con los que Pekín siempre ha mantenido relaciones tirantes, hayan enviado ya efectivos y material, junto a naciones 'amigas' como Rusia, Corea del Sur o Singapur. En cualquier caso, todos los países desarrollados han ofrecido ya ayuda por valor de 275 millones de euros.

Sin duda, la que más revuelo ha levantado ha sido la asistencia que ha enviado Taiwán, a la que China considera su 'provincia rebelde', pero con la que ha comenzado una nueva etapa de entendimiento tras la llegada al poder en la antigua Formosa de Ma Ying Jeou, del partido del Kuomintang.

El ofrecimiento de ayuda primero, y su aceptación después, han sido interpretados como el fin de las hostilidades y la oportunidad que esperaban a ambos lados del estrecho para lanzar relaciones políticas y económicas, que tras la visita del presidente del Kuomintang a Pekín, parecen hacerse ahora mucho más sólidas.

El Gobierno chino ha decidido vestir nuevo traje y corbata, aunque quizá tenga que devolverlo al sastre para algunos retoques, mientras que los militares birmanos siguen ataviados con el uniforme de camuflaje. Hu Jintao, presidente de China, dejó bien claro que la prioridad era la población y que la rapidez el mejor arma contra la catástrofe. A la junta militar de Myanmar, sus compatriotas no parecen importarle demasiado, y por lo visto les sobra el tiempo. Es posible que las cifras finales de víctimas confluyan, pero, sin duda, ambos países han dado al mundo dos lecciones muy diferentes.