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La resaca

Siempre hemos imitado el itálico modo. En algunos casos nos trajo invenciones gloriosas, como el endecasílabo, y en otras fugaces y sangrientas, como el fascismo. Puestos a plagiar no distinguimos a Petrarca de Mussolini, a sabiendas de que ninguno de los dos eran criaturas vulgares. Ahora todo, o casi todo, para ser exactos, parece indicar que vamos a copiar a Berlusconi, el insaciable personaje.

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La verdad es que tampoco es un tipo corriente, ya que siempre quiere más. Más poder, más televisiones y más millones. La divina península acaba de presentar el balance de la primera operación de don Silvio para luchar contra «la criminalidad extranjera», que incluye a muchos inocentes. Una de sus manos derechas, que son numerosas, Umberto Bossi, ha lanzado el grito de combate: «Mano dura con los inmigrantes».

De momento han expulsado a 118. Ha escogido un momento propicio, tras las algaradas de Nápoles, donde se lanzaron cócteles molotov contra los campamentos de gitanos rumanos. ¿Quién duda que entre los sin papeles puede haber un porcentaje de gentes sin vergüenza? La hospitalidad no debe ex-cluir la investigación. Poner en la frontera a los indeseables no debiera fo-mentar la xenofobia.

La Comisión Europea ha recordado muy sensatamente a Italia que las expulsiones deben decidirse caso por caso y no en bloque. ¿Qué nos pasaría en España si adoptáramos esas medidas? Lo más probable es que quebrara la Seguridad Social.

Vivimos la resaca de la inmigración. Si las olas se llevan a los que vinieron por el mar dispuestos a ganarse la vida, ya que no la perdieron en la travesía, pasarán muchas cosas y ninguna buena.

Los pañuelos del adiós, si los juntamos, pueden ser el sudario del estado de bienestar. En buena proporción se lo debemos a ellos.