Trincherazo de El Cid a su toro. / EFE
Sociedad

El Cid cuaja un toro de Moisés Fraile

Al toro de mejor estilo y más fondo de una destacada corrida de Moisés Fraile le dio fiesta El Cid. Fiesta mayor pero no completa. Si llega a matarlo, le corta El Cid las orejas. Pero ni eligió el terreno adecuado ni pasó con la espada. Tres pinchazos, tan hondo el tercero que se acabó tragando media estocada el toro. Y un descabello, antes del cual todavía el toro llegó a encelarse en las bambas de un capote para salirse hasta las rayas.

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Después del segundo pinchazo,y antes de volver a atacar con la espada, El Cid se puso por montera la muleta como para taparse la cara. La fiesta fue, de una parte, la ambición de El Cid, con ese toro, y con el otro también, y se diría que antes de salir a matar la corrida; de otra, el encaje, el relajo, el ajuste y el acendrado temple con que en tres tandas ligadas con la zurda, abajo la mano y barriendo la arena, cuajó El Cid el toro pero sin dejarlo vacío. El Cid debió de sentirse en estado de gracia.

Lo estuvo en esas tres tandas, las nones de un lote de seis que, en racimo, compusieron una faena de mayúsculo calado: por la verdad de los cites en la distancia y la solución segurísima del primer embroque, por la ventaja cedida de hacer al toro venir a los medios sin más reclamo que el gancho de la muleta por delante; por la colocación del torero en cada enganche.

A mitad de faena El Cid era el amo del mundo y no lo disimulaba. Con la plaza entregada, y después de las seis tandas con la izquierda, El Cid podía haber montado la espada y ya. Pero se puso por la otra mano. Para torear para dentro, pero más al toque que enganchando. En la inercia del toro, que la tenía como si fuera cuerda de reloj. Bajó el nivel de golpeEsas tres tandas con la izquierda entran en la antología de las caras. Del mismo autor. Del mismo Cid que con facilidad enterró tendida la espada entera y suficiente para hacer rodar al segundo de corrida, que fue bueno pero no tanto.

Resuelto de verdad, también estuvo entonces puesto El Cid desde el primer muletazo con cite de largo y sostenido el tipo en el embroque sin flaqueza. En danza el toro, por tanto, tan solo arrancar el juego. No todos los toros aguantan con aliento los viajes de más de diez metros al reclamo. Éste, además, sorprendió a El Cid por la mano izquierda un par de veces y obligó a torear más con el pico que con la panza.

Público de hielo

Con la mano diestra toreó primorosamente Juan Bautista al cuarto de corrida, toro que se cruzó de salida pero rompió luego en excelente son. Los primores puristas y clásicos de Juan Bautista se encontraron a la mayoría como la pared de un frontón, donde rebotaban sin apenas eco los logros de tres tandas de toreo elegantísimo y muy despacioso. Pero estaba del revés la gente. En parte, porque la estocada chalequera con que se deshizo del primero de corrida fue borrón de los que dejan marca. Gasto generoso hizo Talavante contra un estanque de hielo, que era la inmensa mayoría. La que estuvo con El Cid y tomó las dos faenas de El Cid, previas a las de Talavante, como referencia y patrón. Referencia de toreo enganchado y no sólo al toque, gobernado de verdad. Moralmente tocado salió Talavante por el sexto, que cogió en banderillas feamente a Niño de Leganés y lo hirió en el cuello. Fue bueno el intento de Talavante, hasta que empezó a torear a tironcitos.