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El Comentario | Los fundamentos de la crisis del PP

La dimisión súbita y tonante de Ángel Acebes a mes y medio del congreso de junio y las crudas manifestaciones de María San Gil del pasado miércoles indican a las claras la irritación que ha producido en un sector importante de la vieja guardia del partido el comportamiento de Mariano Rajoy desde la derrota electoral de marzo.

ANTONIO PAPELL
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En primer lugar, este segundo y grave traspiés del delfín impuesto por José María Aznar, y por lo tanto poseedor de una débil legitimidad democrática, ha desencadenado lógicas ambiciones de poder entre quienes se consideran con mayores aptitudes y suficientes méritos para sustituirlo al frente del partido. Con mayor o menor habilidad y oportunidad, Aguirre y Ruiz-Gallardón ya escenificaron sus pretensiones con anterioridad, a la hora de confeccionar las últimas listas electorales; uno y otro pretendieron conseguir escaño de diputado, sin conseguirlo por decisión salomónica del líder.

En segundo lugar, Rajoy, tan corresponsable de la derrota como su equipo de más directos colaboradores, en lugar de buscar con todos ellos una fórmula de renovación y avance, anunció estrepitosamente que ahora concurriría con su equipo al congreso de junio, lo que, además de dejar en la estacada a quienes se batieron el cobre por él durante la áspera legislatura pasada, constituía un desaire inadmisible para su entorno anterior. Y para que no hubiera dudas sobre sus verdaderas intenciones, designó a una joven treintaañera poco experimentada pero su de su entera confianza nada menos que portavoz en el Congreso de los Diputados, saltándose de paso a toda una generación. En tercer lugar, y pese a su hermetismo y escasa expresividad, Rajoy ha dado muestras de haber entendido que la línea dura mantenida pertinazmente por su partido durante la legislatura anterior, inspirada por el tonante corifeo mediático conocido, no es capaz de proporcionarle una mayoría de gobierno, por lo que parece haber optado por una actitud más centrada, que pasa, por ejemplo, por dejar de insultar al adversario, por no descalificar sistemáticamente a todos los nacionalistas y por participar en grandes pactos de Estado, como reclama una indiscutible mayoría social. La nueva estrategia ha sido dibujada por José María Lassalle y es lo que Jaime Mayor Oreja ha llamado deslizarse hacia un partido light.

Todo este conjunto de factores ha contribuido a formar una alevosa coalición entre los radicales ideológicos partidarios de mantener inamovibles las esencias nacionales, encabezados al parecer por Mayor Oreja, muy activo últimamente, y los veteranos más ambiciosos, Aguirre en especial. En definitiva, se está entremezclando tácitamente el debate sobre la idoneidad de Rajoy para conducir al PP al poder en 2012 tras la larga travesía del desierto que aguarda al partido con el debate ideológico de fondo. En estas circunstancias, no hace falta ser un analista muy sagaz para entender, primero, que estos movimientos no cesarán espontáneamente en toda la legislatura y, segundo, que Rajoy sólo tiene ante sí dos opciones practicables: o marcharse a casa o legitimarse plena, clara y definitivamente en el Congreso de junio.

Este último designio no se conseguirá, evidentemente, por el procedimiento que ha puesto en marcha el propio Rajoy: presentarse en solitario y anunciar la víspera del evento el equipo que se situará con él a la cabeza del partido. Ni aun cuando la composición de la dirección fuese equilibrada y tratase de complacer a todos los sectores, esta fórmula prácticamente plebiscitaria, que no quedará enmascarada por debate ideológico alguno (a la hora de la verdad, las ponencias serán convencionales e inexpresivas como lo es la que ha declinado rubricar San Gil), no resolverá el problema de la falta de verdadera legitimidad interna de Rajoy. El presagio es, pues, fácil: si el presidente del PP no promueve un congreso verdaderamente abierto al que concurran varias candidaturas, el Partido Popular se embarcará en un interminable proceso de descomposición que, a la postre, sólo se zanjará por el procedimiento ya enunciado: un congreso verdaderamente abierto y resolutivo al que concurran todas las personalidades y sensibilidades presentes. Ocurre sin embargo que para entonces es posible que el nuevo PP ya no tenga tiempo de intentar con alguna posibilidad de éxito el asalto al poder en las próximas elecciones.