Si concesiones
El funeral que ayer despidió a Juan Manuel Piñuel, y que fue presidido por los Príncipes de Asturias, se convirtió en la expresión del dolor que toda la sociedad española siente por la pérdida de otra vida a manos del terrorismo etarra. La emoción ciudadana que acompañó al coche fúnebre en su recorrido por Vitoria y la nutrida presencia de autoridades y representantes de todo el arco parlamentario contrastó con la desgarradora indiferencia e incluso el secretismo con el que durante años fueron enterradas las víctimas de ETA asesinadas en Euskadi. En toda España se sucedieron las concentraciones de condena de un crimen que se añade al desalmado cinismo con el que, antes y después de cada atentado, se pronuncian los cómplices de los terroristas. Sin embargo, la reacción de repulsa y de solidaridad con la que los ciudadanos vascos se manifiestan hoy ante los crímenes etarras no consigue expresarse con la intensidad y la perseverancia necesarias para arrinconar definitivamente a los asesinos. También por eso la unidad democrática de estos dos últimos días ha de ir más allá de la condolencia y no debe desvanecerse, como en tantas ocasiones, tras el entierro del guardia Piñuel. Siempre resultará aconsejable la formalización de esa unidad, definitoria de una estrategia inequívoca frente a ETA. Pero probablemente los recientes y prolongados episodios de desencuentro, que tendrán su reflejo el próximo domingo en la más que destacable ausencia del Colectivo de Víctimas del Terrorismo y del PP en el homenaje organizado por el Gobierno Vasco a las víctimas, requieran de un tiempo para dejar paso a un compromiso más estrecho. Compromiso que deberá sustentarse en la certeza de que la derrota de ETA nunca será posible mientras la banda albergue esperanzas de hallar la razón de su sanguinaria existencia en una mesa de negociaciones.
Actualizado:El afán de ETA por hacer valer su fuerza asesinando convierte en ociosa cualquier especulación sobre la finalidad inmediata que perseguía con el atentado de Legutiano. Pero su coincidencia con los días previos a la entrevista del próximo martes entre el presidente Rodríguez Zapatero y el lehendakari Ibarretxe obliga a plantearse en qué medida la iniciativa soberanista de este último contribuye a alimentar las expectativas etarras. Se equivocan interesadamente los integrantes del Ejecutivo vasco cuando aducen que a ETA le molesta el Plan Ibarretxe. Puede que a los terroristas les parezca insuficiente; pero también les resulta conveniente porque pretende desbordar el orden constitucional y el marco estatutario, para lo cual el nacionalismo gobernante se vería una vez más obligado a recurrir la izquierda abertzale. El Plan Ibarretxe sólo podría incomodar a los terroristas si su mentor pospusiera su realización a la previa desaparición de la violencia y de la propia ETA. Pero si no lo hace así es porque continúa pensando que el soberanismo requiere del falaz argumento de un horizonte de paz para tener eco en la opinión pública vasca.