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El regreso más triste
Se fue para volver un día con su mujer y su hijo. Jamás así. Familiares, amigos y compañeros despidieron ayer al guardia civil asesinado
Actualizado: GuardarDICE su prima Pilar que al País Vasco se fue loco de contento, pero entonces, a pesar de los peligros, nadie pudo imaginar un regreso tan triste. Poco antes de las cuatro y media de la tarde el coche fúnebre con el cuerpo del guardia civil Juan Manuel Piñuel Villalón enfilaba el terrible pasillo que llega hasta las mismas escaleras que conducen al interior de la iglesia de San Gabriel, en Parcemasa.
Le flanqueaba una hilera perfecta de agentes uniformados, y le seguía muy de cerca su esposa María Victoria, con un andar que no la tenía en pie. Hasta la escalerilla le siguió también el silencio sepulcral de amigos, familiares, compañeros, autoridades y ciudadanos anónimos, como María Emilia Lamela, una malagueña que se decidió a acudir como muestra de solidaridad con la familia, a la que no conoce y con la Guardia Civil, a la que admira.
Al coche fúnebre y al dolor de su viuda les miraban muchos ojos cargados de lágrimas, que unas veces salían sin sujeción y que otras se quedaban dentro convirtiéndose en un nudo en la garganta. Por eso mismo muchos no querían hablar, por no decir barbaridades: «En estos momentos es mejor no hablar. Sólo me van a salir cosas buenas de él y malas de los otros», se excusaba la hija de una de las tías del agente asesinado.
Por eso era mejor aplaudir; mejor aplaudir y gritar «¿Viva la Guardia Civil!», cuando compañeros que habían compartido destinos, servicio y confidencias con Juan Manuel se echaron su féretro al hombro, con los rostros lívidos y con los labios temblando.
Sentimiento compartido
«Cada vez que hay un atentado con una víctima, lo sentimos todos». Francisco Ruiz no conocía a Juan Manuel, pero sí sabe de atentados. «Yo he estado en el País Vasco muchos años y me ha tocado enterrar a muchos compañeros». Francisco también es guardia civil y en el norte estuvo desde el 79 al 87, en un grupo antiterrorista: «sufrimos un atentado, y me retiraron de allí». Ayer no dejaba de pensar en todos los compañeros caídos, y en la indignación, y en la rabia, y en el dolor. «La Guardia Civil muere, pero no se rinde. Seguiremos cayendo, pero somos disciplinados y acataremos órdenes».
Disciplinado fue Juan Manuel, que podría haber salido del cuartel, y luego avisar, aunque lo que primero hizo fue llamar a sus superiores: «Se ve que ha muerto por cumplir con su deber, porque se paró a llamar a sus superiores. Si hubiera salido y hubiera llamado desde un móvil, quizá no hubiera ocurrido. Todo fue cuestión de un segundo. Podía haber salido de la garita e informar, pero él tenía la obligación de quedarse». Así lo cuenta su prima Pilar, que sujeta el dolor recordando a Manolo, «noblote, tímido y muy buena gente. Cuando alguien muere se dice eso, pero es que es verdad».
El funeral termina tras una misa sin cámaras oficiada por el obispo de Málaga, en una iglesia abarrotada y con puertas cerradas, con altas temperaturas. «Hacía calor», dice Rafael Sánchez, médico de Bomberos, que ha acudido junto a otros dos compañeros por si ocurría algo, y también en representación de este cuerpo: «Hay mucha sintonía entre el Cuerpo de Bombero y la Guardia Civil, incluso por la proximidad del espacio. Estamos en la misma zona», hace notar.
Ya habían vuelto a sacar el féretro del agente asesinado y los compañeros habían entonado el himno de la Benemérita. Más de un centenar de agentes uniformados aferrados a un himno que la viuda de Juan Manuel Piñuel escuchó con una firmeza conmovedora, meciéndose en un balanceo, y sin dejar de mirar el féretro de su marido. Luego doblaron la bandera que cubría el ataúd y se la entregaron. También le entregaron su tricornio, al que ella acarició, y en sus labios se leyó: «Viva la Guardia Civil».
Incinerado
María Victoria tuvo fuerzas para mirar al féretro cuando regresaba a la capilla ardiente, ya para ser incinerado. Fuera esperaban sus primos, muchos de Málaga y otros llegados de Melilla y de Granada. Nadie tenía ganas de hablar, pero Pilar Labajos Villalón, que conoce los medios porque ha trabajado en ellos, explicó con su suave voz de radio los recuerdos de la infancia, con su primo «Manolito», en el Sahara español. Entonces Juan Manuel era travieso, y luego se convirtió en un noblote: «Manolo se ha ido, se lo han llevado, qué más os puedo decir».
«Se fue al País Vasco contento, porque sabía que se podía venir de aquí a tres años. Tenía un dinerito extra y más permisos para venir a ver a la familia. Toda su ilusión era vivir en Málaga con su hijo y con su mujer, que está destrozada. Es muy triste», afirma su prima Pilar. Juan Manuel Piñuel Villalón soñaba con volver para quedarse. Jamás así.