«Mi hija María Victoria nunca quiso que mi yerno se fuera al País Vasco»
Los suegros de Juan Manuel Piñuel, muy queridos en la barriada de El Palo, relatan derrotados el impacto que causó la noticia en la familia «El teléfono sonó a las cinco de la mañana; no podíamos creer que fuese cierto»
Actualizado:El teléfono sonó como suenan los teléfonos de madrugada, a bocajarro. El sonido estridente e inesperado cesó cuando María Victoria levantó el auricular. Al otro lado, la maldita noticia. Despertó a sus padres entre lamentos, casi sin poder articular palabra, noqueada por el brutal impacto. «Nena, eso no puede ser verdad», le respondió su madre, Victoria Sedeño (64 años), intentando aferrarse a que habían podido equivocarse de persona, y que todo era un error.
No lo era. Su yerno, Juan Manuel Piñuel Villalón, de 41 años, había fallecido en un atentado de la banda terrorista ETA. La tragedia se acababa de instalar en el hogar de Juan y Victoria, una pequeña casa mata situada en la calle Rodrigo Saavedra, en el malagueño barrio de El Palo. Desde hace apenas un mes, su hija María Victoria se había ido a vivir con ellos mientras su yerno Juan Manuel liquidaba los tres años que le iban a asegurar su vuelta a Málaga. En casa de los Campos también había cama para el nieto, de tan sólo seis años, muy apegado a su padre y que ayer se quedó en casa de una amiga de la familia, mientras su madre partía, a las once de la mañana, en un vehículo de la Benemérita al aeropuerto para coger un vuelo al País Vasco.
Recuerdos
Ayer, en la paleña casa de los Campos, los dos jubilados recibían derrotados a familiares y amigos.
Ellos se quedaron esperando en el mismo lugar donde la víspera dijeron adiós al agente, que había pasado con ellos unos días de permiso. En el mismo salón lleno de recuerdos, de fotografías de bodas, de hijos y de nietos, donde no queda un rincón vacío. Pero el vacío, desde ayer, es inmenso.
Porque el sueño de Juan Manuel, al que todos conocían como Manolo, era volver a Málaga. Quería comprarse un piso e instalarse en su tierra, donde le esperaban su mujer y su hijo pequeño. Él optó por el camino más rápido para allanar su regreso, pero también quizá el más arriesgado. Se fue voluntario al País Vasco, «la (opción) preferente» -como lo llaman en la Benemérita-, que permite pedir destino tras unos tres años de servicio en el norte. Sólo iba a ser un paréntesis.
«Mi hija no quería que se marchara», confiesa Victoria Sedeño, sin dar aún crédito a lo sucedido. «Ella nunca quiso que aceptara ese destino, y él, sin embargo, decía que no se había ido antes por ella. A mi hija no le gustaba el traslado, le tenía muchísimo miedo a aquello. Parece que la pobre presagiaba algo».
Pero Juan Manuel sabía que, para conseguir lo que ansiaba, debía someterse a la purga de un destino complicado. País Vasco o Navarra. «Pensaba que yéndose allí iba a hacer más fuerza para venirse después a Málaga, así que tomó la decisión», cuentan los suegros. «Se fue allí para volver, y mira lo que se ha encontrado», se lamentan.
El agente abandonó su puesto en el destacamento de Llombai, en la Comandancia de Valencia, donde estuvo destinado siete años. El 11 de abril, Juan Manuel se incorporó a su nuevo destino, la localidad de Legutiano, en la provincia de Álava. «Estaba contentísimo», explican sus suegros. «Cuando venía de permiso -continúan- nos contaba lo tranquilo que era aquello y lo bien que estaba allí».
En sus permisos, que siempre aprovechaba para visitar a su mujer y a su hijo pequeño, el guardia civil intentaba cambiar la percepción que su familia tenía del norte. «Decía que se había adaptado muy bien allí, que los compañeros eran muy profesionales, gente formal. Incluso, antes de ayer -el lunes- estuvo invitando a mi otra hija y a su marido para que fueran allí a visitarlo. Pero parece que el destino le tenía guardado esto».
Un mes y tres días
El norte sólo duró para él un mes y tres días. Ayer, de madrugada, un atentado de la banda terrorista ETA segó su vida. «Parece mentira que se haya terminado todo para él», dice Victoria, la suegra, entre sollozos.
Guardia de noche. El agente, de 41 años y hijo de un militar, se encontraba en el pequeño edificio de vigilancia anexo a la casa cuartel de Legutiano. «Mi hija no quería vivir otra vez con el niño en una casa cuartel -algunas están muy deterioradas- así que mi yerno se fue solo y ella se quedó en nuestra casa con el niño».
El anexo donde Manolo cumplía su guardia quedó derruido por completo tras la explosión del coche bomba, al igual que una garita próxima, que se derrumbó sobre el agente. «Mi yerno ha sido carne de cañón», denuncia la pareja, que intenta encajar el varapalo. «Hace falta mucha fuerza y mucho ánimo para resistir esto».