![](/cadiz/prensa/noticias/200805/15/fotos/006D4CA-TEM-P1_1.jpg)
Un testigo relata cómo el acusado le ofreció joyas de la víctima tras ocurrir el crimen
Las hijas de la anciana identifican las pulseras halladas en la casa de los procesados y aseguran que eran de su madre
Actualizado: GuardarLos argumentos de más peso que tienen las acusaciones para incriminar y lograr una sentencia condenatoria para los dos procesados por el crimen de La Viña se expusieron en la sesión de ayer, que volvió a prolongarse hasta bien entrada la tarde, dado los extensos interrogatorios que están realizando los abogados, en especial los que ejercen la defensa en el juicio que se viene celebrando desde el pasado lunes en la Audiencia.
La principal prueba que llevó a la Policía a la detención de José María Díaz e Inmaculada Astorga fue el descubrimiento de una persona que reconoció haber recibido de manos del acusado joyas de Dominga Ramírez Ureba, al día siguiente de su muerte en su partidito de La Viña, en Cádiz. Este testigo, durante la investigación policial, explicó que las había vendido a cambio de 5.000 pesetas a un conocido, que en el momento de la transacción estaba en compañía de un hermano. Cuando los agentes dieron con el comprador final, éste les indicó dónde había guardado las alhajas. Estos datos desembocaron en el arresto de José María Díaz y su esposa y en el posterior registro de su vivienda, donde aparecieron dos pulseras de la fallecida.
Esta parte de las pesquisas policiales es donde se concentran las pruebas más contundentes contra los procesados, aunque en el juicio anulado en 2002 perdieron fuerza de cara al jurado por dos aspectos que hicieron tambalear la acusación planteada por la Fiscalía.
Una hija de la fallecida dudó a la hora de reconocer una de las pulseras que fueron intervenidas en el domicilio de los procesados. El otro varapalo que recibió el Ministerio Público fue cuando el testigo principal (el que ejerció de intermediario en la venta) terminó su declaración en el primer juicio, asegurando que José María Díaz le ofreció las joyas antes de que la anciana muriera.
En el día de ayer, en cambio, no se produjeron esas sorpresas. Las dos hijas de Dominga reconocieron con rotundidad las dos pulseras que fueron halladas en el partidito de los procesados: una estaba encima de un aparador y la otra se había caído detrás del mismo mueble, según consta en el acta del registro domiciliario. Las dos mujeres coincidieron en identificar las piezas como parte de las pertenencias de su progenitora. Una de ellas fue de las primeras personas que llegaron al número 4 de la calle Paco Alba en la mañana del 2 de octubre de 1998, cuando yacía ya sin vida el cuerpo de Dominga Ramírez. Su hija estuvo incluso antes de que se personara la Policía y vino a confirmar con su testimonio cómo contaminó la escena del crimen, ya que tocó el cadáver para verificar el estado de su madre.
El testimonio más esperado, sin embargo, era el del testigo que asumió el papel de intermediario. Se trata de un hombre que reconoció haber sufrido una fuerte adicción a las drogas que le abocó a buscarse la vida en la calle. En la sesión de ayer explicó que el día 3 de octubre se encontró con José María Díaz en las cercanías de la calle Sagasta. Se trataba de un conocido suyo que le ofreció varias alhajas de oro para que las vendiera a cambio de una comisión. Según este testigo, el acusado le dijo que se las había quitado a una tía suya que se había ido de viaje a Asturias. «No podía imaginarme de dónde venían realmente. Me pidió que no las vendiera por menos de 5.000 pesetas».
A las pocas horas -siguiendo con el relato de esta persona- se topó con otros dos conocidos a los que les ofreció las piezas y finalmente se quedaron con ellas a cambio del precio mínimo fijado supuestamente por José María Díaz. Estos otros testigos también declararon ayer y vinieron a corroborar la misma versión. A todos les mostraron las joyas que fueron recuperadas y todos las reconocieron como las mismas que tuvieron en sus manos en 1998; previamente las hijas de la fallecida las habían identificado.
Pese a la anulación dictada por el Constitucional, que legalmente dejaba sin validez jurídica el contenido del juicio celebrado en 2002, el abogado del procesado le preguntó al testigo principal por qué hace seis años dijo que las joyas les fueron entregadas antes de que falleciera la anciana y ahora se manifestaba de otra manera. El testigo respondió que en esas fechas «estaba hecho polvo» porque había iniciado un tratamiento de rehabilitación que le mantenía ingresado en un centro especializado. En su defensa, la Fiscal insistió en que esta persona ya fechó en la anterior vista el 3 de octubre como el día en que se encontró con el procesado, «pero al final terminó diciendo otra cosa porque se hizo un lío ante las constantes preguntas de la defensa».
Hace dos días, el propio José María Díaz aseguró ante el tribunal que no había visto a esta persona antes de la aciaga jornada desde hacía más de un mes, echando por tierra su mejor baza defensiva.
Los letrados del matrimonio, que se enfrenta a una pena de cárcel de hasta 24 años, señalaron varias contradicciones en las que incurrieron los testigos entre sus declaraciones realizadas ayer y las que efectuaron durante la instrucción. En cambio, no pudieron hacer constar la contradicción más notable: que el testigo principal llegó a declarar que obtuvo las alhajas días antes del crimen porque este testimonio no tiene validez jurídica.
Cuestionado de nuevo
En la jornada matutina, el que fuera ex comisario provincial en 2002 fue interrogado por la primera declaración efectuada por el procesado tras su detención, en la que confesó que había entrado a robar a la anciana y al ser descubierto tuvo un forcejeo con ella que terminó en la muerte de Dominga. El letrado del acusado volvió a cuestionar la validez de su testimonio porque su nombre no aparecía en el documento policial donde se hace constar el contenido de las declaraciones de José María. Incluso le preguntó por qué testificaba en el juicio si no firmó ningún acta relativa a la investigación. El ex comisario provincial le respondió que estaba cumpliendo un deber porque había sido citado e insistió, como el resto de agentes que ya han pasado por la sala, que no es necesario incluir en el acta de la declaración la presencia de aquellos agentes que no participan de forma activa en el interrogatorio y que es una práctica habitual.
El anterior responsable de la comisaría gaditana también le reprochó al letrado que se saliera de la declaración cuando su cliente hizo un gesto similar al de un apuñalamiento. «Yo mismo le pedí que se quedara». El abogado le respondió si sabía que había sido insultado por algún funcionario. «En mi presencia, nadie le insultó».
stubio@lavozdigital.es