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TOROS

Triunfo inesperado del sustituto Urdiales en la Feria de San Isidro

Una oreja y la posibilidad de haber cortado otra en el toro anterior, relanzó ayer en Las Ventas la carrera del todavía modesto Diego Urdiales, a punto de cumplir nueve años de lucha en la profesión.

AGENCIAS
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Los toros de Carmen Segovia, desiguales de todo, dieron nulo juego. Diego Urdiales se llevó fuerte ovación tras un aviso y estocada. Fernando Cruz saldó su tarde con silencio tras un aviso y silencio. Pedro Gutiérrez El Capea se conformó con dos raciones de silencio. La plaza se llenó con ligeros huecos en andanadas y altos del sol, en tarde lluviosa, con agua prácticamente en todo el festejo.

El triunfador de la tarde fue un hombre que al fin tuvo su oportunidad por la vía de la sustitución (por el lesionado Serafín Marín), que aprovechó cortando una oreja que vale su peso en oro. Y todavía se dejó otra con la espada en el toro anterior. Fue Diego Urdiales. Tenía que estar bien a toda costa para arreglar su temporada y su vida. Y al final lo ha conseguido. Las armas que utilizó Urdiales fueron la claridad de ideas, el oficio y el regusto en la interpretación.

La faena al toro que abrió plaza tuvo altura desde los primeros compases, en el tanteo. Toreo de exquisito relajo y buen compás, muy reposado en las formas. Dos tandas por el lado derecho, perfectamente hilvanadas, fueron presagio de lo que iba a venir después. Efectivamente, a la tercera que encadenó, ya estaba en marcha el run-run de aprobación característico de este plaza en las faenas solemnes.

Y ya la misma intensidad hasta el final, pasando por dos series al natural y otra más de circulares antes de cerrar con detalles por abajo de mucha torería. Lástima que la firma fue un borrón de mucho cuidado. Urdiales tuvo que esperar al cuarto para hacer efectivo el triunfo que tan claramente había tenido en las manos. Toro grande y cabezón, feísimo de hechuras. Y lo que son las cosas, después de haber pegado tornillazos en el capote, negándose a embestir, terminó yendo en la muleta por abajo y con nobleza.

El hombre lo vio enseguida, y al desplazarse la primera vez, surgió de nuevo la excelencia del temple. Con el toro ya definido se embaló la faena. Muletazos por los dos pitones quizás con menos hilván, pero igualmente de una extraordinaria dimensión.

Triunfaron por fin la disposición y las buenas maneras de Urdiales.