Los Lugares Marcados | Las buenas costumbres
Mi amiga Fátima me mostraba hace unos días a un señor de edad avanzada que cada mañana va a leer la prensa a la biblioteca. Con su mascota negra y su terno de entretiempo en estos días de primavera confusa, en verano con bermudas o en invierno con bufanda al cuello, siempre apoyado en el bastón que disimula la inseguridad de sus pasos, cumple el rito de dar repaso a la actualidad. Me lo imagino escudriñando la información local, asintiendo ante ciertos temas, refunfuñando al leer algún artículo de opinión; pasando después a los deportes para comprobar por enésima vez la clasificación del equipo de sus amores. También hojeará las páginas de internacional y nacional, para contrastar las noticias de la tele. Consultará el número de los ciegos, a ver si la suerte por fin le ha favorecido, la muy ladrona. Se sonreirá con el chiste del día, se lamentará de los sucesos. A lo mejor, al final, echará un vistazo a las esquelas, con miedo a reconocer algún nombre
Actualizado: GuardarEsa costumbre inveterada del repaso concienzudo al periódico me recordó a mi abuelo Juan, que estuvo media vida suscrito a la prensa local y que -los brazos abiertos como un cristo, dado el tamaño de las publicaciones de entonces- la leía cada tarde a la vuelta del trabajo o, ya jubilado, en el hueco de la mañana, con la misma devoción que el evangelio. Recuerdo también que canceló su suscripción con una explicación de lógica aplastante: «conozco a más gente en las esquelas que en las noticias», nos dijo. Pensamos que se pasaría a la radio: ahí no se moría nadie. Pero la costumbre tira mucho. Yo sé que, hasta sus últimos días, el abuelo -como el señor de la biblioteca- se iba con la excusa del cafelito a sus bares habituales (El Chirri, El Gallego) y allí, parsimonioso, leía las noticias locales, el deporte, el cupón y las esquelas.