El Comentario | Arrecia el problema vasco
Por un momento, ciertamente breve, pareció que varapalo electoral que cosechó el PNV en las elecciones generales -en realidad, el castigo fue a las tres fuerzas del tripartito, puesto que EA perdió incluso su diputado en Madrid- había infundido cierta cordura a la cúpula del partido, comandada por el indeciso sucesor del defenestrado Josu Jon Imaz, el vizcaíno Íñigo Urkullu.
Actualizado: GuardarCiertas declaraciones explícitas ponían de manifiesto que aquel castigo invalidaba la delirante hoja de ruta de Ibarretxe, que incluía un referéndum ilegal de autodeterminación para este mismo año, y algunas otras subrayaban la conveniencia de poner término a la actual fórmula de coalición gubernamental para regresar a la transversalidad, añorada por una parte seguramente mayoritaria de la sociedad vasca. Pero aquel espejismo ha durado poco.
Tras un forcejeo público entre los partidarios de la sensatez y la facción minoritaria encabezada por Joseba Egibar, fiel discípulo del momificado pero influyente Xabier Arzallus, el riesgo manifiesto de ruptura, de que se reiterara una escisión semejante a la de 1986 antes de haber reparado aquélla, que aún pervive, parece haber aconsejado una pragmática convergencia. Y así, el propio Urkullu se ha puesto al frente de la manifestación, de la mano del lehendakari, para reclamar la negociación de un delirante «Pacto político para la convivencia» que deberían suscribir los presidentes de los gobiernos español y vasco y que es una versión más del ya desautorizado plan Ibarretxe, lógicamente abortado por las Cortes españolas.
Para mayor escarnio, Ibarretxe asegura que los términos de su propuesta son en todo semejantes a las que se debatieron en Loyola durante el proceso de paz Proceso que, como es conocido, fracasó estrepitosamente porque el Ejecutivo constató que las condiciones de ETA seguían siendo inaceptables por el Gobierno (por cualquier gobierno de España, obviamente).
Rodríguez Zapatero ha sido bien explícito al aceptar entrevistarse con Ibarretxe la próxima semana: no es viable propuesta alguna que no transite por los cauces constitucionales. Y la vicepresidenta Fernández de la Vega ha recordado que cualquier reforma del marco institucional requiere las dos consabidas condiciones: ajustarse a los procedimientos constitucionalmente tasados y contar con un apoyo muy mayoritario ya que no sería tolerable imponer a una mitad de los vascos la voluntad de la otra mitad en cuestión tan grave. En definitiva, el Gobierno brinda tácitamente al nacionalismo vasco una reforma del Estatuto de Guernica por la vía convencional. Lógicamente, mediante acuerdo de -al menos- las dos fuerzas dominantes en el País Vasco, los nacionalistas del PNV y los no nacionalistas del PSE (nadie sabe para qué hay que reformar el magnífico Estatuto vigente, que consagra el concierto, pero ésta es otra cuestión).
Ibarretxe vendrá, pues, a Madrid a cumplir un trámite favorable a su estrategia de tensión, pues ya sabe de antemano que no arrancará concesión alguna. Ello debería valer más adelante a los nacionalistas, supuestamente, para esgrimir argumentos victimistas de cara a las elecciones autonómicas que en principio habrían de celebrarse en abril del 2010 y que el aparato peneuvista tiene escaso interés en anticipar, de momento (la última derrota ha sido demasiado rotunda). De cualquier modo, es obvio que aunque el PNV se presente a la consulta con ese nuevo plan Ibarretxe como programa electoral, la fuerza jurídica de los resultados electorales, cualesquiera que sean, es nula a este respecto.
Comienza, en definitiva, un desagradable pulso -uno más- entre el nacionalismo vasco y Madrid que sólo puede desembocar en la transversalidad razonable o en el mantenimiento de una agria tensión que, a la postre, da alas y abona los delirios de los terroristas.