TRIBUNA

Patrimonio e historia: la Escuela de Náutica

Los cambios son necesarios y sirven para el progreso de las personas y, por qué no, también de las ciudades. Cádiz en los últimos años ha experimentado modestos cambios que han retocado al menos el aspecto desaliñado de los años ochenta, obras que en gran parte se han debido más a la rehabilitación o cambios de funcionalidad de edificios históricos que a la creación de nuevos iconos arquitectónicos. Creo, sinceramente, que el valor patrimonial no es sólo una cuestión de estética sino que forma parte de la propia historia de las ciudades. E incluyo en esta salvaguarda del patrimonio local el valor cada vez más importante de la arqueología industrial, que con el tiempo, al menos en Cádiz, será lo único industrial que perdure para una ciudad que camina más deprisa que nunca a ser un centro de servicios y turismo. Y recuerdo, por ejemplo, la pérdida de la grúa pórtico de Astilleros y de otros referentes de la construcción naval que hemos ido perdiendo.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Y toda esta introducción sirve para centrarnos en la polémica reciente de la demolición del edificio que albergó a la Escuela Oficial de Náutica y luego Escuela de Marina Civil, donde yo, como muchos gaditanos y españoles, y de otros países, vinimos a formarnos como marinos de una flota mercante que en los años setenta, ochenta y parte de los noventa fue muy importante para el devenir de nuestra economía por el gran número de marinos que engrosaban las tripulaciones de compañías internacionales de todo el mundo. La Escuela de Náutica es un referente, por tanto, de la historia de Cádiz, ciudad que recordemos tuvo el honor de celebrar no hace más de ocho años, y gracias a la Diputación de Cádiz, el V Centenario de la creación del Colegio de Pilotos Vizcaínos de Cádiz, que con sede en la Catedral Vieja fue la primera institución dedicada a la formación de pilotos de Indias. La Escuela de Náutica estuvo desde la posguerra española ubicada en el lugar que ahora se encuentra, aunque durante un breve periodo de tiempo se ubicó en la calle San Francisco, mientras se realizaban las obras de rehabilitación del edificio, tal como hoy lo conocemos (1970), obra de José López Zanón y Luis Laorga Gutiérrez, según la Guía de Arquitectura de Cádiz, que reconoce en el edifico «un correcto ejercicio de modernidad sensible al entorno», y más tarde nos relata el mismo con epítetos como «modernidad ecléctica, que evoca recursos expresivos del primer racionalismo y se implanta con acierto en una relevante posición».

Puede parecer este hecho de evitar el derribo del edificio un ejercicio de nostalgia trasnochada, pero pienso que se equivocan aquellos que así lo piensen, porque no parece razonable pensar que las técnicas actuales de construcción no permitan la rehabilitación de un edificio manteniendo la estructura y las formas, que recuerden al menos que ahí estuvo el referente de los estudios de Ciencias Náuticas en Andalucía y España.

Pero la batalla quizás se perdió antes, cuando Cádiz tuvo que dejar la opción de convertirse en un campus universitario urbano, para convertirse en un campo aislado de facultades, que cada día parecen más estorbar en una ciudad que mira con lupa y especula en cada centímetro cuadrado de su suelo. También la batalla parece perdida por otros motivos, porque aunque el edificio no se derrumbe perderá su funcionalidad marítima o pesquera, como lo fue en los últimos momentos del centro. Y Cádiz lleva muchos años perdiendo batallas y puede que un día ni siquiera nos quede el poquito patrimonio de lo que fuimos, tan sólo nos quedarán los libros de un tiempo en que la Bahía era un bosque de mástiles de bergantines y goletas, y esta era la capital de las naves que iban a un Dorado prometedor, para los gaditanos, y para todos los que aquí recalaban buscando un mundo mejor.