A cobijo del drama
La determinación con que la Junta Militar birmana celebró ayer el referéndum convocado para ratificar el proyecto constitucional que le permitirá asegurar su continuidad en el poder, anteponiéndolo a la dramática situación que atraviesa su población tras el paso del ciclón Nargis, confirma que el régimen está dispuesto a blindarse ante cualquier contingencia que amenace su monolítico control del país. Sólo así puede interpretarse su obcecación en mantener el plebiscito -aunque éste se haya aplazado en las zonas más desvastadas- en unas circunstancias tan dolorosas para el conjunto de la ciudadanía, que exigen de los mandatarios de Myanmar la admisión de sus evidentes limitaciones para poder hacer frente a una catástrofe con decenas de miles de víctimas, así como una gestión diligente y transparente de la ayuda humanitaria.
Actualizado:Los múltiples obstáculos a la entrada y distribución de la asistencia solidaria evidencian la impiedad de quienes priorizan la supervivencia de la dictadura a la atención de miles de damnificados que pueden morir de hambre y enfermedad. Pero es la convocatoria del referéndum, desoyendo los llamamientos de la comunidad internacional e intimidando a los partidarios del «no», lo que prueba que la Junta ha decidido parapetarse tras los efectos de la catástrofe para impedir que ésta pueda provocar cualquier mínimo resquebrajamiento en su omnímodo poder. El llamamiento a las urnas por primera vez desde 1990 carecía de cualquier atisbo democratizador ante la marginación que soporta la disidencia y la falacia de un texto constitucional que atribuye a las Fuerzas Armadas el 25% de los asientos del Parlamento bicameral e impide optar a la Jefatura del Estado a Aung Sang Suu Kyi, la Premio Nobel represaliada por los militares. Una falta de legitimidad que se ha visto agravada por el intento de aprovechar en beneficio propio el aturdimiento general en que se ha llevado a cabo el plebiscito, sobre el que pesan además las acusaciones de fraude realizadas por la oposición. Pero si algo demuestran tanto el referéndum como las restricciones impuestas a la ayuda humanitaria es la incapacidad de la ONU y de las potencias occidentales para tratar de rescatar al país de su largo aislamiento y para forzar a países como China a modular su condescendencia hacia el régimen, que hace apenas siete meses ahogó las revueltas de los monjes budistas ante la impotencia internacional.