Los españoles gastan más en teléfono que en pescado
El menor tamaño de los hogares, el aumento de la renta y el trabajo de la mujer fuera de casa han revolucionado el presupuesto familiar en las últimas décadas La tecnología es el gran fetiche del momento, en el que nada se escatima
Actualizado:Los españoles de hoy gastan más en teléfono que en pescado y marisco. Más en cuidados personales (gimnasio, masajista, belleza) que en salud. Casi tanto en hoteles y restaurantes como en vivienda, agua, gas y electricidad. Y exactamente lo mismo en el equipamiento del jardín y el cuidado de las mascotas que en medicamentos para sus dolencias. La estructura de su gasto permite hacer un perfecto retrato de una familia media: consumista, volcada en el ocio, preocupada por su aspecto físico y satisfecha de su nivel de vida.
La comparación con lo que sucedía hace cuarenta años muestra el alcance de la revolución silenciosa que se ha operado en España: entonces, ocho de cada diez pesetas se destinaban a alimentarse, vestirse y pagar los gastos asociados a la vivienda. Hoy, esos mismos capítulos ni siquiera se llevan la mitad del presupuesto familiar.
Nunca antes en la historia de España se había producido un cambio tan acelerado en los patrones de consumo. Los especialistas apuntan la existencia de varios factores que han operado al mismo tiempo y que explican el fenómeno: la incorporación de la mujer al mercado laboral, la reducción drástica del tamaño de los hogares, la asunción por parte del Estado de gastos que antes corrían en gran medida a cargo de los particulares (como la sanidad y la educación) y el fuerte crecimiento de la renta familiar disponible en términos reales, es decir, una vez descontada la inflación.
Este último aspecto es crucial, según explica Joseba Garmendia, profesor de Economía Aplicada. «Una vez que se cubren de forma adecuada las necesidades básicas, el gasto crece en otros apartados más vinculados al ocio y la calidad de vida», explica. El apartado que registra el cambio más radical es el de la alimentación, las bebidas y el tabaco. Hace cuatro décadas, el 43,2% del gasto de las familias se iba en eso. Hoy, una familia sólo destina a ese capítulo el 17,4% de su presupuesto. Es una consecuencia típica del aumento de la riqueza, tanto social como personal. Cuanto más dinero se tiene, menos se gasta proporcionalmente en comer, al menos en comer en casa.
Sin embargo, esa reducción es compatible con una mejoría en la calidad de los productos adquiridos. Como apunta el Servicio de Estudios de La Caixa en su último boletín, una familia emplea hoy en comer y beber un 40% de lo que gastaba en los sesenta (en términos relativos) pero su consumo de productos alimenticios de 'lujo' es infinitamente superior. Artículos que hoy son de consumo si no frecuente sí al menos habitual entre amplias capas de la población, como el jamón ibérico, eran muy minoritarios entonces. Eso se debe, sostiene Garmendia, a que durante un cuarto de siglo, hasta comienzos de la presente década, los precios relativos de la alimentación se abarataron, lo que hizo posible consumir productos de mejor calidad pagando menos.
El factor laboral
Parte del gasto en alimentación en los hogares se ha desplazado a los establecimientos hosteleros, por efecto de la incorporación de la mujer al mercado laboral y porque los horarios y la creciente distancia del hogar al centro de trabajo obligan a millones de españoles a comer fuera de casa cada día. Y los fines de semana, es un hábito cada vez más arraigado en las familias, sobre todo en los meses centrales del año. La consecuencia de todo ello se explica por sí misma con un dato: el gasto relativo en restaurantes se ha casi quintuplicado en estos años. Casi los mismos factores que explican el aumento del gasto en hostelería están en la base del que se da en transportes. Se viaja más por razones de ocio, pero también por motivos laborales. Eso dispara el gasto necesario para desplazarse pese a que paradójicamente los precios relativos de los automóviles han descendido.
El Servicio de Estudios de La Caixa lo explica de forma muy gráfica: un '600' costaba a mediados de los años sesenta unas 75.000 pesetas. Descontada la inflación, eso serían hoy más de 10.000 euros. En este momento, hay coches infinitamente mejores que aquel por menos de ese precio. El efecto de esa reducción del coste de un automóvil en términos reales ha tenido como efecto que crezca de forma exponencial el parque, y por tanto que el gasto se incremente en gran medida.
Algo muy parecido ha sucedido con el capítulo de comunicaciones. De ser un gasto insignificante hace cuatro décadas ha pasado a suponer todo un presupuesto para la economía doméstica. En términos de gasto relativo, la telefonía se ha multiplicado por nueve en el transcurso de cuarenta años. Ningún capítulo ha tenido una evolución semejante, sobre todo cuando de forma paralela las familias han tratado de controlar el gasto en otros apartados. «En todo lo que tiene que ver con la tecnología más puntera se mira mucho menos el dinero que se emplea porque lo que está detrás no es sólo la utilidad, sino también la moda», explica una especialista en análisis de mercados de Eroski.
El futuro
El principio es aplicable también al apartado de ocio y cultura, que se ha triplicado. Entre otras cosas, como apunta Garmendia, porque «antes no quedaba dinero para eso. Bastante había con cubrir las necesidades fundamentales». Ahora, en cambio, vivimos en la sociedad del ocio. Y el ocio cuesta caro.
Por el contrario, el gasto en educación baja y el de salud sube de forma muy moderada. En ambos casos, se explica por la intervención decidida del Estado en ambos campos. De hecho, la educación en los niveles obligatorios supone sólo el 0,25% del presupuesto de una familia media. Para hacernos una idea, lo mismo que gasta en cristalería y vajilla. En cuanto a la salud, el incremento del gasto es mínimo pese a que el envejecimiento de la población debería haberlo incrementado. También aquí, ese aumento se ha derivado hacia el sector público. La universalización de la atención sanitaria pública lo explica todo.
¿Cómo puede cambiar esa estructura de consumo en el futuro? Los especialistas coinciden en que el papel de las personas mayores será fundamental. Por lo que ellos mismos consuman (menos gasto en educación, vivienda y transporte) y por el efecto que tenga la evolución de las pensiones. Si, como muchos temen, las pensiones deben recortarse para poder hacer frente a un gran crecimiento del número de pensionistas, la generación que ahora tiene en torno a 40 años empezará a dedicar una parte sustancial de su presupuesto a seguros, para asegurarse su poder adquisitivo.
También subirá el coste del transporte, «al menos hasta que haya un nuevo modelo energético o nuevas fuentes de energía», aclara Garmendia. Y seguirá en aumento el capítulo de ocio y cultura y todo lo relativo a los cuidados y la imagen personal y las nuevas tecnologías. Como concluyen algunos estudios que ha realizado Eroski sobre esta cuestión, no hay ninguna duda de que las familias intentarán recortar el gasto básico en alimentación acogiéndose a los mejores precios allá donde estén, para poder seguir disfrutando de fines de semana fuera, Internet, televisión de pago y espectáculos. Salvo que Occidente viva en los próximos tiempos una crisis económica sin precedentes, las tendencias marcadas en la última década serán más o menos las que diseñen el gasto futuro.