LA ENTREVISTA

« Juan de Dios Ramírez Echar maldiciones gitanas tranquiliza»

-Usted viene de una familia muy pobre de Puerto Real. ¿Pasó hambre?

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-Mucha. Sufrí la doble marginación propia de ser gitano y pobre. Recuerdo que iba con dos realillos a conseguir algo de azucar y café... Y las veces en que mi madre me mandó a casa de algunos vecinos, relativamente importantes del pueblo, a pedir comida.

-Pone la tele y ve una de esas parodias burdas de gitanos planos, hecha de tópicos y chistes malos ¿qué hace?

-Cabrearme. Porque si hay un tópico que es cierto cuando se habla de gitanos es que somos un pueblo portador de una cierta aristocracia: la de una cultura, la de una forma de vivir que no se aprende en los libros y que se lleva en la sangre. Eso nunca sale en la televisión.

-Sigamos con los tópicos. ¿Cuál de ellos se cumple en usted?

-El providencialismo. No pienso en los problemas de mañana. Me digo a mí mismo: ¿Coño, anda que no tengo bastantes con los de hoy!

-¿Y cuál es el tópico que no aguanta?

-El de que todos los gitanos somos vagos, ladrones y mentirosos. Me quema. En parte porque a veces pienso que yo soy una especie de deshonra para mi pueblo. He visto a pocos gitanos que trabajen más que yo. Y eso no puede ser bueno.

-¿Usted es de etnia gitana, del colectivo gitano o del pueblo gitano?

-Dígame usted gitano y ya está. No entiendo la cursilería esa de la etnia...

-¿Algún vicio confesable?

-¿Si me preguntara por los inconfesables, la lista sería larguísima! Confesables, son pocos.

-¿Qué le pierde?

-Una mirada profunda de mujer... Y las supersticiones, en otro sentido. Soy profundamente supersticioso, y eso me limita muchísimo.

-Tiene usted una especie de batalla personal con Le Pen, el líder de la ultraderecha francesa.

-Sí, nuestros enfrentamientos en el Parlamento Europeo se han convertido en una desagradable tradición. No es sólo que haya tenido que callarle la boca más de una vez, sino que llegué a echarle una maldición gitana en toda regla, pertinentemente recogida en el acta de sesiones. No sé si las madiciones servirán de algo pero, por lo menos, tranquiliza.

-¿Qué le dijo a Le Pen?

-¿Ufff! ¿Le solté una de esas largas, acorde con la mala baba de un gachó de esa envergadura! Le dije: «¿Que todos los muertos de mi pueblo, que todos mis ancestros y los ancestros de mis ancestros acudan a verlo cada noche y no le dejen dormir!» Se la merecía. Acababa de negar, con una frialdad terrible, el genocidio nazi en el que murieron miles de gitanos.

-¿Y funcionó?

-He vuelto a verlo muy poco, pero lo cierto es que, cuando sale en la tele, tiene bastante mala cara.

vidayocio@lavozdigital.es