NOVELA. «El escritor debe estar a caballo entre varias lenguas, así ves mejor el tejido de la tuya».
EDUARDO MENDOZA ESCRITOR

«Los más serios y estrictos siempre se imponen a los partidarios del placer»

El escritor catalán, autor de 'El asombroso viaje de Pomponio Flato', ha recibido el Premio Argital

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Por alguna razón extraña la seriedad tiene más prestigio que el humor, y eso que hacer reír es difícil mientras que ponerse pesado está al alcance de cualquiera. Eso es lo que piensa Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943), que alterna novelas satíricas con otras que no lo son. Entre las primeras se halla El asombroso viaje de Pomponio Flato, que en dos meses ha vendido 150.000 ejemplares y que narra las aventuras de un romano en Nazaret cuando Jesús es todavía un niño, preocupado porque su padre, José, ha sido acusado de asesinato. El escritor barcelonés recibió el Premio Argital en la Noche de la Edición vasca, que se celebró en Bilbao.

-Preséntenos a Pomponio Flato, un tipo que busca la sabiduría y agarra una tremenda diarrea.

-Utilizo mucho este tipo de personajes, desvalidos, que lo han perdido todo, el dinero y los amigos, que son muy torpes y tontos pero que tienen una gran capacidad de adaptarse al terreno. Al mismo tiempo, van buscando el conocimiento o la sabiduría, nunca el poder o la riqueza. Claro, son un poco ridículos, pero nobles.

-Pomponio es un hombre de principios.

-Muy sólidos y opuestos al mundo que le rodea. Está continuamente negando la fe. Sabe que la experiencia le puede conducir a contraer graves trastornos intestinales, pero prefiere eso a aceptar una cosa porque viene de las alturas.

-Es un ilustrado.

-Mis libros vienen del siglo XVIII. Mi modelo no es la gran novela del XIX, sino la modesta del anterior. Siempre me he fijado en Voltaire y Swift, escritores de cabecera aunque poco conocidos, en los que está muy presente el humor. Todo el mundo ha leído los Enanos y gigantes cuando era niño, en un libro ilustrado, pero luego nadie no se ha preocupado de leer el original de Los viajes de Gulliver.

Sensualismo

-Otro de los personajes de su novela, Apio Pulcro, es un especulador inmobiliario, y usted dice en una nota en el libro que entonces ya existía esa actividad.

-Está documentado, pero si no lo estuviera sería lo mismo. Me juego lo que sea a que en Babilonia, y en todas partes donde se construye, hay especulación. Los romanos fueron grandes constructores de ciudades. Pompeyo pasó de las sesenta, un negocio del que se aprovecha el que pone los ladrillos, el que pone los obreros y el que tiene un huerto y se lo recalifican. En todas las historias sobre Roma siempre salen el que especula con terreno y el que acapara trigo para hacer subir los precios.

-¿Y esa visión de los árabes aparece al principio de la obra, amables o violentos según la ocasión, y sodomitas si se tercia?

-Parece que los árabes aparecen como tales en la historia a partir de Mahoma, cuando siempre han estado ahí, y siempre han sido así, comerciantes, trashumantes, violentos, generosos, simpáticos, grandes vividores...

-Sensualistas, contra la severidad de los judíos.

-Los más serios y estrictos siempre se imponen a los partidarios del placer. Los protestantes ganaron por su ascetismo y su negación de los placeres a unos católicos que se estaban convirtiendo en unos borrachos lujuriosos. Los árabes, que han sido la gente más refinada y más sensual, ahora están escondiendo a las mujeres y en ellos manda el sector más conservador.

-¿La seriedad gana a la risa?

-El humor, por ejemplo en la televisión, parece estar destinado a la gente de más bajo nivel. Conservamos el humor inteligente como en una urna, por ejemplo el de Monty Python, porque ha sido escasa. En la seriedad es muy difícil fracasar y en el humor, lo contrario. Si te digo: Te voy a hacer reír, a lo mejor no lo consigo. Pero si quiero pegarte una tabarra de morirse, eso lo puede hacer cualquier persona en cualquier momento.

-Muchos escritores suelen considerar su obra humorística como algo menor dentro de su trayectoria.

-Hay una especie de mala conciencia. Cervantes escribe El Quijote pero piensa que lo bueno es La Galatea y Los trabajos de Persiles y Segismundo. Dickens, que es muy divertido, enseguida tiene que sacar a unos niños pobres que sufren mucho y se mueren. Esas son las partes que ahora nos saltamos de sus novelas. El sentido del humor es como un órgano o apéndice que no todo el mundo tiene.

-¿Y esa imagen del niño Jesús como un chico travieso?

-A los que hemos tenido hijos, esta imagen del niño pequeño con sus entusiasmos, ingenuidades y una cierta inocencia, no total, nos deja una nostalgia muy grande. Los chicos te inspiran ternura, por eso hay que ser cuidadoso, porque es muy fácil caer en el sentimentalismo y de hecho nunca había sacado uno en mis obras.

Palmeras y nieve

-Pero él se va a Belén.

-En un burro, con su mujer embarazada y sin la precaución de reservar una habitación en una posada. Me interesa mucho la creación del mito en la Biblia. Todo el ciclo navideño está lleno de símbolos, el buey, la mula, la luna, las estrellas, los pastores, y luego todo lo que hemos ido incorporando, por ejemplo, las figuras del belén, la señora que lava la ropa, el pescador, toda esa reconstrucción de un lugar imaginario en el que hay palmeras y nieve.

-Entre novela y novela suele traducir alguna obra. ¿Qué le enseña la traducción?

-Siempre me han gustado mucho los idiomas y me ha parecido importante que el escritor esté a caballo entre varias lenguas, porque así ves mejor el tejido de la tuya propia. Para aprender a escribir, lo mejor es hacer tus traducciones, aunque no sean para publicar. En El asombroso viaje de Pomponio Flato hay un gran homenaje a todas las traducciones del latín y del griego, con todas sus muletillas, tan bonitas, que te trasladan inmediatamente a otro mundo.

Las cartas de Byron

-¿Siente alguna predilección por alguna de sus traducciones?

-De la única obra de la que me siento realmente orgulloso es de mi traducción de las cartas de Lord Byron, que forman como novela de su vida en Venecia. Ahí todas mis modestias desaparecen. La selección de cartas la había hecho Jaime Gil de Biedma y se murió sin traducirlas. Lo pasé muy bien y me habría gustado de que tuvieran más repercusión de la que tuvo.

-Su nueva obra está narrada con el estilo de las crónicas clásicas, precisamente como si fuera una traducción del latín.

-Me gustan los historiadores romanos. Incluso La Guerra de las Galias, de Julio César, es un modelo de sobriedad. Empezar un libro con esa frase que nos sabemos todos -«La Galia está dividida en tres partes»- supone un alarde de economía y elegancia muy difícil de superar. Me lo pasé muy bien escribiendo esta novela porque me gusta impostar voces. Lo he hecho en todas mis novelas.

-¿Qué ha sido de la muerte de la novela, que usted vaticinó hace unos años?

-Es evidente que la novela clásica tiene que dar paso a otras formas, a la novela posmoderna, con guiños a la historia de la literatura y a los lectores. Siempre se seguirá pintando al caballete, pero no parece que esa pintura tenga ahora mucho sentido.