DESASTRE. Vista aérea de una zona de Birmania asolada por el ciclón.
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Viaje a las tinieblas de Rangún

Un enviado de LA VOZ logra entrar en Birmania y contempla el caos que dejó a su paso el ciclón 'Nargis'

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El desastre provocado sobrecoge a vista de pájaro. Cuando el avión procedente de Bangkok va a iniciar el descenso sobre la principal ciudad de Myanmar (antigua Birmania), Rangún, todo lo que se ve desde la ventanilla es una vasta extensión de terreno inundada. El agua, turbia y enfangada, ha cubierto los cultivos de arroz borrando las formas irregulares que dibujaban las parcelas esos cuadritos y rectángulos que se suelen ver desde el aire y que ahora son sólo un recuerdo apenas perceptible bajo el manto de barro. Igual que algunas casas que, a duras penas, se mantienen en pie y parecen pequeñas islas rodeadas por un océano de color marrón.

Hasta donde alcanza la vista, el paisaje es una espeluznante naturaleza muerta. En esta zona situada al este de Rangún (Yangón), en el delta del río Irrawaddy, no se ve, siquiera diminuta, ni una vaca, ni un campesino, ni un tractor moviéndose por una carretera anegada. Asusta la falta de vida porque, seguramente, significa que ahí abajo no queda nadie vivo y todos han perecido por el ciclón que azotó Birmania el fin de semana.

Sólo al aproximarse el avión al aeropuerto se aprecia algo más de movimiento en las casas desperdigadas a su alrededor. En el horizonte, coronado por el sol que cae al atardecer, ascienden columnas de humo procedentes de las hogueras con que, allá abajo, entre las ruinas, los supervivientes cocinan con carbón debido a la falta de electricidad. O de las piras funerarias con que se queman los cadáveres, tanto humanos como animales, para evitar que sus cuerpos en descomposición propaguen epidemias entre los vivos.

Al salir del sorprendentemente moderno aeropuerto, inaugurado el año pasado, la desolación a ras de suelo golpea como una bofetada al recién llegado. La noche ha caído sobre Myanmar y la carretera que lleva hasta la ciudad está completamente a oscuras. Iluminados por los faros de los coches, a ambos lados de la vía se sucede una hilera de gigantescos árboles que están ahora derribados.

«Algunos eran el doble de viejos que yo y tenían hasta sesenta años», se lamenta Win Zaw O, el conductor de un hotel de Rangún cuya casa, a 35 kilómetros del casco urbano, fue azotada por el Nargis durante la noche del viernes. «El viento no dejaba de soplar y, al final, se llevó la cubierta, que era de tejas, y uno de los muros laterales se acabó derrumbando», explica a este reportero que ha conseguido entrar en este hermético y aislado país dirigido por una Junta Militar que prohíbe los visados a los periodistas. A pesar de tales restricciones, que retrasan el reparto de ayuda humanitaria, hemos sido el primer medio español en acceder al país.

«Llevamos cinco días sin electricidad ni agua y tenemos que cocinar con carbón a la intemperie», explica Kun Thay, quien también se queja de que «los precios se han triplicado, ya que un bidón de agua con veinte litros cuesta 1.000 kyats (70 céntimos) y un kilo de arroz 1.500 kyats (un euro)». Para un occidental, puede que estos importes no resulten excesivamente caros, pero para Kun Thay suponen una fortuna. Y es que, como el 90% de los birmanos, este vendedor ambulante vive con menos de un euro al día porque sólo reúne catorce al mes recorriendo las calles con su carrito de fruta.