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Josef Fritzl. / LA VOZ
MUNDO

El 'monstruo de Amstetten' confiesa que estaba enamorado de su hija

En la soledad de la cárcel de St. Pölten, aislado del resto de los presos y bautizado por la prensa de su país como el monstruo de Amstetten, Josef Fritzl ha relatado a su abogado, Rudolf Mayer, su propia versión del martirio que infligió a su hija Elisabeth y los motivos que lo llevaron a encerrarla durante veinticuatro años en el sótano de su casa. Los apuntes de esas conversaciones entre el violador confeso y su defensor no han tardado en llegar, de forma claramente interesada, a la redacción del semanario News, que ayer salió a los quioscos con el sugerente título de «¿Fritzl habla!».

ENRIQUE MÜLLER
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La confesión es categórica y revela de forma inequívoca que el monstruo de Amstetten sabía perfectamente lo que hacía y que en ningún momento tuvo remordimientos por haber convertido a su hija en una esclava sexual. Peor aún, Fritzl admite que se había enamorado de ella y que se sentía feliz de tener dos familias, «la que vivía arriba y la que vivía abajo». «A lo largo de los veinticuatro años siempre supe que lo que estaba haciendo no era correcto y que debía estar loco para hacer algo semejante», contó Fritzl a su letrado. «Y aún así, mi segunda vida en el sótano se convirtió en algo natural».

En su confesión, habla por primera vez de los motivos que tuvo para encerrar a su hija. «Fue siempre una adolescente rebelde, visitaba locales de mala muerte, bebía y fumaba. Tuve que traerla a casa varias veces, pero ella se volvía a escapar. Por eso ideé un lugar donde poder mantenerla alejada, por la fuerza, del mundo exterior». En su patético relato, Fritzl desmiente que hubiera violado a su hija cuando tenía 11 años y admite que sus deseos de tener relaciones sexuales con Elisabeth nacieron cuando la joven ya se encontraba prisionera en el sótano.