Una plaza de pena

Jerez tiene una plaza de toros de pena. Perdón, que se gestiona de pena (capítulo independiente merece el escándalo de las reservas). Los jerezanos lo venimos padeciendo durante los últimos años, pero en esta ocasión, en cuanto se ha incrementado el habitual número de asistentes, se han visto desbordados y han quedado al descubierto un importante número de deficiencias. Y es que cuando uno compra una localidad para asistir a una de las corridas de la Feria es consciente de que estará totalmente embutido entre el público -siempre y cuando adquiera una entrada de tendido o grada, que son mayoría-, uno es consciente de que debe tomar una única posición para las siguientes dos horas y media (paréntesis aliviador entre toro y toro para estirar las piernas, pues de lo contrario el síndrome del viajero de clase turista quedaría en pañales), uno sabe que cuando va a los toros en Jerez no podrá salir hasta que no acabe el festejo. No porque no le quieran abrir la puerta, sino porque le será imposible superar una grada en la que no aparecen pasillos ni escalerillas por ningún lado. Dicen que cumple todas las normas de seguridad, y yo no lo discutiré, pero Dios quiera que no pase nada y haya que probarlas.