«La literatura me salvó de pasarme la vida en la calle»
La escritora cubana, que abrirá hoy la Feria del libro de Cádiz, recuerda cómo, de pequeña, la lectura se convirtió para ella «en un refugio espiritual y físico»
Actualizado: GuardarZoé Valdés nació el 2 de mayo de 1959, sábado, a las 20.30, en La Habana. Lo recuerda muy bien porque, desde pequeña, siente inclinación por «todas esas claves misteriosas que nos va enseñando la vida». Es sagitario, amante de París, del arte, del mar y de la luna. Se fue de Cuba porque quería ser libre. En 1994, justo después de dar a luz, sumida en la pobreza y en el desencanto, decidió empezar un «poema intenso» que le «sirviera de revulsivo». Al final, le salió una novela, lírica y desgarradora- La nada cotidiana-, que supuso su lanzamiento internacional. Desde entonces, ha publicado una docena de libros, entre narrativa, prosa y ensayo, que la han consolidado como una de las voces imprescindibles de la literatura en castellano. Mañana, abrirá con el pregón La Feria del libro de Cádiz, ciudad que tiene «bien encajadita en el recuerdo, por sus gentes y sus librerías».
-¿Recuerda su primer libro?
-Sí, claro. Yo me sentaba en el balconcito de la casa, sobre el piso frío, y mi abuela me lo trajo. Estaba lleno de cuentos árabes y tenía unos dibujos muy bellos. Era grande, viejo, sin tapas... Nunca he sabido cuál era su título, y llevo desde entonces buscándolo...
-¿Por qué empezó a leer?
-Mi abuela me enseñó. Yo tendría poco más de tres añitos y, como en Cuba era difícil encontrar libros infantiles, pronto comenzó a darme algunos de adultos. Mi formación es vasta, pero caótica. Recuerdo que, como no teníamos dinero para estantes, colocábamos todos los libros dentro de un tanque de agua vacío, así que, en cierta forma, yo me sumergía en ellos. Allí había de todo: Las mil y una noches, Julio Verne, Oscar Wilde, Camus, Victor Hugo, Shaskespeare, el Decameron... Y poesía, la colección de Casa de las Américas, con Vallejo y Neruda.
-¿De qué la salvó la literatura?
-Leer se convirtió en un refugio, espiritual y físico. Me sentaba en un rincón, pegaba la espalda a la pared -para aliviar el asma-, y me dedicaba a soñar. Me salvó de pasarme la vida en la calle, de ser una pandillera; aunque, de hecho, lo fui. De joven me reunía con la gente de la pandilla del Parque Habana, a la que hubiera acabado perteneciendo, haciendo fechorías infantiles. Pero me ganó la afición a la lectura.
-¿Era difícil acceder a libros en la Cuba de los 80?
-Siempre ha sido difícil, aunque depende de qué libros, claro. Hay una censura que funciona estrictamente, con determinados autores y temas.
-¿Por qué dio el paso a la escritura?
-Porque me di cuenta de que no podría ser el hombre de Leonardo Da Vinci. Yo quería ser paracaidista, porque vi un documental de unas mujeres soviéticas que volaban. Ellas se lanzaban al vacío, tiraban de una cuerda y al final... Se salvaban. Escribir es lo más parecido que encontré. Estás lanzándote sobre un paisaje a explorar, sin saber dónde vas a caer exactamente...
-Y hace poco ha dado el salto a la edición... ¿Qué tal se ven las cosas desde el otro lado?
-Muy diferentes, la verdad. Hay que ser objetivo y generoso. No es nada fácil.
-Usted sólo tuvo libros. Ahora, los niños, tienen internet, videojuegos, y un sinfín de incentivos y estímulos ajenos a la lectura... ¿Por que tienen que empezar a leer?
-Los videojuegos son sólo puro entretenimiento. No es que estén mal, es que no conducen a ningún conocimiento, ni exterior, ni interior. Hay otro nivel de placer, ocio y regocijo cuando optas por el camino del conocimiento, que no es el más corto, pero sí el más satisfactorio. Si tienes interés por saber de qué va esto de la vida, tienes que recurrir al arte.
-¿Qué le dice Cádiz?
-La conozco muy bien, porque allí estuve en los encuentros de con Cuba en la distancia, y lo pasé extraordinariamente. Le tengo un gran amor, un gran cariño... Adoro sus calles, sus gentes, y tengo encajadito en la memoria el recuerdo de sus librerías.
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