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Opinion

Como siempre, pierde el sentido común

José M. Herrera.
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a estupidez humana no tiene límites, si bien su hipocresía tampoco. Basta con ver la televisión, leer un periódico u ojear una revista para darse cuenta de cómo, de la noche a la mañana, todo ha tomado un matiz verde. Compañías eléctricas, constructoras, promotoras inmobiliarias y hasta ayuntamientos se han apuntado al carro de la ecología haciendo gala de su reconversión hacia la sostenibilidad, el respeto al medioambiente y el bajo impacto ambiental de sus actuaciones. Así, sostenibilidad y desarrollo se han convertido en herramientas indispensables para los eslóganes publicitarios que los represente y con el que la gente los asocie. Sin embargo, todo se queda ahí, en el verde de sus eslóganes y sus carteles publicitarios. Ahora resulta que la energía eólica en medio marino donde nadie sabe las consecuencias que pueda tener a largo plazo, que pone en grave peligro su enorme riqueza natural y en una zona que ya es más que solidaria en su producción posee un bajo impacto medioambiental. Que la destrucción de nuestras zonas costeras por las constructoras al igual que ya lo han hecho en toda la costa mediterránea es sostenible. Que la monopolización del sector turístico en detrimento de las actividades tradicionales es garantía de futuro para los pueblos. Todo es posible con un buen eslogan publicitario y una buena sonrisa en los periódicos. Sin embargo, ¿acaso el impacto medioambiental de la energía eólica sólo es atribuible a su nula producción de CO2? ¿Qué pasa con las cientos de aves muertas cada año, la construcción de carriles y carreteras, el enorme impacto visual o el entramado de cables de alta tensión necesarios? ¿Realmente saben los habitantes de nuestra región lo que significa minar nuestros campos de parques eólicos al margen de los resultados de las encuestas realizadas con insultante premeditación? Por otro lado, ¿acaso una baja densidad de construcción impide la eliminación de nuestras playas o el mantenimiento de los sistemas naturales? Alcalde y discípulos concejales saben que en Vejer de la Frontera teníamos la oportunidad de ser distintos al resto pero prefieren hacernos creer lo que ni ellos mismos se creen. Tenemos lo que a nadie les queda porque cometieron el mismo error que nosotros vamos a cometer en los próximos años mientras se les llena la boca repitiendo los eslóganes verdes de las empresas que llenan las arcas municipales de sus ayuntamientos. Vejer de la Frontera ha vendido su alma al diablo. A un diablo en forma de grandes promotores inmobiliarios y compañías eléctricas que saben cómo vender sus productos a la opinión pública. No nos creamos el ombligo del mundo pues otros pueblos sonreirán con recelo al ver cómo caemos en la misma trampa en la que ellos lo hicieron. Como siempre, sólo nos queda admitir nuestra derrota. Como siempre, el sentido común sucumbe ante la hipocresía casi desdeñada de nuestros alcaldes. El verde ya no es símbolo de la esperanza, sino que se ha convertido en el símbolo de la hipocresía que llevará a esta tierra a dejar lo que siempre ha sido.