Para no volver
En un foro de Internet proponían una discusión que me pareció de lo más curiosa: preguntaban a qué lugar no volverían a ir de vacaciones los conversadores del susodicho foro. A bote pronto, me dio por pensar que yo no volvería a tal o cual hotel donde me decepcionaron el amor, la amistad, o ambos; a tal o cual pueblo que no cumplió mis expectativas. Pero en realidad ésa no era la respuesta que crecía en mi interior. En verdad en verdad (como decíamos de chicos), al único punto al que uno no quiere volver es al de partida. El lugar de vacaciones es siempre un lugar de llegada -o, en todo caso, un lugar de tránsito-. Allí se suceden cambios, descubrimientos, novedades. El tiempo se convierte en una materia mucho más fluida y, a la vez, más amable. Se está a la expectativa, con los sentidos todos avizores, listos para la sorpresa; con el alma predispuesta a la singularidad y vacunada contra la rutina.
Actualizado: GuardarEn cualquier territorio del mundo al que uno vaya de vacaciones, de fin de semana, de puente, de escapada, la vida es más ancha y el cielo más alto. A pesar de las habitaciones cutres, de los desplazamientos lentos y de los menús desquiciados. Así que, ¿cómo no querría uno trocar un lunes por un domingo de fiesta? ¿Cómo no preferir la locura del verano -así se pase en la playa más atestada de la costa- al tedio de una jornada laboral?
Es triste, lamentable, abandonar un lugar al que se ha ido por propia voluntad, y cuesta mucho reintegrarse al que se supone que debiera ser nuestro hábitat natural. Al despertador, al autobús -si no hay huelga-, al horario fijo, al orden
En fin, que he estado unos días fuera, como habrán podido adivinar. Y que, a la vuelta, a pesar de la luz maravillosa de Jerez a las siete de la mañana, me han entrado ganas de tirar el reloj por el balcón.