Mira el pajarito
La iconografía ha contribuido durante siglos a configurar en el imaginario colectivo la identificación de determinados personajes o temas sin necesidad de más explicación que la de los propios atributos representados. Así, las llaves de San Pedro, la balanza de la Justicia o el dedo tieso de San Juan bastaban para que se reconociera a éstos en cualquier manifestación artística. Con un carácter eminentemente pedagógico, la iconografía ha servido para llevarnos adonde la palabra no era capaz. Aún en el arte figurativo es posible encontrar restos de esta pedagogía que nos posibilita reconocer gestos, emociones o hechos históricos sin necesidad de largas y tediosas leyendas.
Actualizado:Con esta idea se hacen los monumentos, para que el paseante identifique a golpe de vista el motivo de una escultura, de una fuente o de una pintura sin más explicaciones que la simple representación de un icono que nos avise. Todos reconocemos en la Pepa a nuestra Constitución como todos vemos en la mano de Gades la inmensidad del océano. No hacía falta más, hasta ahora.
Que los tiempos adelantan que es una barbaridad es cierto, y buena prueba de ello es el nuevo monumento a nuestra Constitución, que lejos de aparentar un símbolo de lo que significa ha empezado a ser «el pajarito». Un pajarito sin alas en el que no es sólo difícil reconocer los valores de una carta magna, sino que se presta a dudosas interpretaciones. Los niños, que siguen mirando la vida sin los prejuicios que dan los años y con una claridad iconográfica lo saben bien. «Mira, mira el pajarito» le dicen los padres señalando el monumento y ellos, que son menos simples que nosotros contestan: «No está el pajarito, se ha ido. Sólo queda la jaula». Por algo lo dirán.