MAR ADENTRO

José María Bernáldez, por las calles de Arcos

José María Bernáldez (Alcántara, Cáceres, 1948-Sevilla, 2008) también fue los libros que no llegó a escribir. Le gustaba repetir tenía esa frase de su amigo José Manuel Caballero Bonald para explicar tal vez por qué tiró la toalla como autor de relatos y ensayos, entre cuyos títulos figuran desde relatos como Zona Nacional a biografías críticas como Manuel Fraga, el patrón de la derecha o El señor Rumasa, en torno a José María Ruiz Mateos.

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Director durante trece años del programa Al Sur, que emite la RTVA, a Bernáldez muchos le recordarán todavía pateándose las calles de Arcos de la Frontera, durante las sesiones de deliberación del Premio Andalucía de la Crítica que otorga la asociación Críticos del Sur. Cada año, bajo su apariencia de sabio profesor Bacterio, llegaba al salón de reuniones del Ayuntamiento arcense, cargado de notas de caligrafía minúscula en la que desbrozaba los libros a debate: quienes le conocían, aseguran que cada día llegaba a leer no menos de trescientas páginas.

Así que tenía motivos para decirle a Tessa, su esposa, cuando volvía de la Feria del Libro de Sevilla, el último sábado, «en cuanto llegue a casa, voy a quitarme los zapatos». No llegó a casa, sino que la vida se quitó de él mientras parecía simplemente dormido en el sillón del copiloto, camino del Aljarafe, bajo los fulminantes efectos de un inesperado infarto.

Amigo de Pepe Caballero, también lo fue de Fernando Quiñones, con quien coincidió en algún que otro jurado literario, pero también amigó con Alfredo Bryce Echenique o con Alfonso Grosso. Cuentan que en su casa atesoraba más de veinte mil libros y que ante sus ojos pasaron buena parte de los autores de este país, desde los supuestos narraluces de los años 60 a los jóvenes de hoy que, a su juicio, «son tradicionales y prudentes». Como crítico, a veces no fue ni perfecto ni certero, pero siempre honesto.

«Decía Borges que imaginar un libro es divertido. Pero que escribirlo es una exageración. Yo no he dejado de escribir, aunque escriba menos. Lo que sí es seguro es que he dejado de publicar, voluntariamente, desde 1984. No me gustaba nuestro panorama editorial ni el de la crítica literaria», aseguraba en sus declaraciones públicas a pesar de que nunca tirase la toalla de escritor ni la de crítico, con aquel aire de humilde pobrecito hablador que había aprendido a la sombra de César González Ruano o en tertulias a mesa y mantel con Paco Umbral o Camilo José Cela. Guardaba todavía ese mismo aire de viejo profesor de la Institución Libre de Enseñanza, que había llevado a las páginas de cultura de El Socialista, a quien lo mismo interesaron los rescoldos del boom de la literatura latinoamericana que la incombustible belleza literaria de Lezama Lima o la provocadora intimidad de Miguel Delibes en Cinco horas con Mario.

Aunque se ufanaba de que no pedía la partida de nacimiento para entrevistar a nadie y que para él, Manuel Vázquez Montalbán, Sidney Lumet o Artur Miller podían ser perfectamente andaluces, defendió con vehemencia la Andalucía literaria. Solía hacerlo cada año en Arcos, una ciudad que, a su muerte, quizá le deba un gesto de recuerdo.